28 abril 2011

Zumo de poesía


Conocí a Leticia Herrera a principios de octubre del 2008, cuando me invitó a participar en el XII Encuentro Internacional de Escritores, en Monterrey (México), dedicado esa vez al tema “Sexualidad y Literatura”.  Allí presenté algo de mi poesía y una ponencia sobre erotismo y literatura, titulada “El origen del mundo” (en homenaje al cuadro de Courbet), que se publicó después en la revista boliviana La Lagartija Emplumada (otoño 2009) y en la mexicana Replicante (febrero 2011) . 

Leticia Herrera con Fernando Arrabal
Leticia Herrera era entonces Directora de Literatura del Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León (CONARTE) y tenía bajo su responsabilidad desde hace varios años la organización del evento, convocando a narradores y poetas de primer orden. Me tocó compartir esas jornadas con colegas como el español (afincado en Francia) Fernando Arrabal, el poeta chileno Raúl Zurita, el brasileño Ledo Ivo, el argentino Rodolfo Alonso, y la mexicana Dolores Castro, entre otros.

Fue entonces que Leticia me obsequió un pequeño libro titulado Vivir es imposible (2000), donde encontré Soledad, que me cautivó. Tres versos tan sencillos como misteriosos: “ayer me fui a cortar el pelo / necesitaba que alguien me tocara / auxilio”. Esos versos de un poema tan breve como infinito fueron una llave para leerla. Así descubrí su poesía fresca y crujiente al oído como el pan recién salido del horno.

En 2010 me pidió escribir el prólogo de su “antología provisional” Sólo digan que fui y acepté con gusto la oportunidad de presentar esa revisión poética precoz. Toda antología es un balance, en este caso uno que se hace a medio camino, como para cerrar una etapa y mirar hacia delante.

El libro se acaba de publicar en México (febrero 2011), en la editorial La Tinta en el Espejo. En mi prólogo me adentro en las etapas de la poesía de Leticia Herrera, bien representadas a través de los poemas seleccionados de varios libros:  Pago por ver (1984), Canto del águila (1985), Poemas para llorar (1985-1990), Caracol de tierra (1996), Vivir es imposible (2000), Hace falta que llueva (2002), y Por nosotros también vendrán (2006).

Leer a Leticia Herrera constituye una mezcla de placer, curiosidad y de dolor compartido, porque en su poesía hay fibras que nos tocan a todos los que de alguna manera sentimos ese mismo vértigo de estar “a la altura de las circunstancias” (de la pasión y del amor) “sin el paracaídas de la razón”.

Desde Pago por ver (1984) la poesía de Leticia Herrera rezuma erotismo y sensualidad, que a mi juicio es uno de sus atributos principales. No puede uno pasar impunemente los ojos sobre versos como estos: “amo tus besos mojados / empapados chorreantes tus labios abiertos / tu piel que se rompe / bajo el filo de mis dedos”, escritos desde la experiencia ciertamente, una experiencia sublimada por el ejercicio poético.

En Canto del águila (1985), nos dice que “Un sexo que se abre / es como un alba sin estrenar” y otra vez, el libro está recorrido por el nervio del deseo y del dolor. Amar físicamente es una manera de estar vivo, aunque ello conlleve siempre el dolor de la pérdida, que en Poemas para llorar (1985-1990) se convierte en un prolongado duelo de ausencias, recuerdos y sustituciones.

La poesía es un refugio, un caparazón para protegerse de los desamores, como en Caracol de tierra (1996), donde “era tan frágil que al llorar / se deshidrataba”.  Leticia Herrera tiene esa capacidad de decir mucho con pocas palabras, no hay nada que sobre porque sus palabras son como llaves que abren otros sentidos, como pistas que uno puede seguir invirtiendo la propia memoria.

La sexualidad es un tema permanente en la poesía de Leticia Herrera. Aparece a veces como si fuera a su pesar, y otras veces explosivamente, como una reivindicación de mujer que no quiere callar, y que se propone decirlo todo con todas sus letras en un acto liberador. Así, no hay la menor perversidad en escribir un poema de un solo verso que dice: “cojo ergo sum”, porque el coger por el puro placer en los seres humanos es tan humanizante como escribir poesía, y de eso ya nos dijo cosas hermosas Octavio Paz.

Un delicado erotismo a veces, y a veces una descarnada sexualidad, afloran rompiendo el cascarón de los poemas. No son incompatibles “viñeta de tus manos / donde atisbo / huellas de mí / pecaminosa”, y “a la mayoría de las mujeres / nos da vergüenza decir / que nos gusta que nos la metan / aunque si nos guste que nos la metan”. La sexualidad aparece como en la vida cotidiana, en diálogo con otras cosas sencillas, agitando deliciosamente esas partículas de placer que libera el cuerpo, y que algunos reprimen y otros dispersan generosamente.

La vida está llena de búsquedas y la poesía es búsqueda permanente, por lo que estos poemas son testimonio de ese itinerario de mujer marcado por la curiosidad. El amor y el sexo no son rutas paralelas, son la misma ruta, por eso estos versos: “si no fuera por el falo / no querría a los hombres”, o “la melancolía es un perro azteca / mordiendo mi vagina”. Para el lector, es refrescante leer poemas de mujer que no están amordazados por la culpa y que son como una respuesta al machismo mexicano.

Leticia Herrera y Alfonso Gumucio, en Monterrey, octubre 2008
Si bien mis predilectos son los poemas eróticos, Leticia Herrera aborda otras manifestaciones de la cotidianeidad y lo hace con la misma entrega, naturalidad y desgarradora sinceridad. Por contrapeso al poema más corto de un solo verso (citado anteriormente), Leticia inicia los 50 poemas de “Vivir es imposible” con el más largo, “Desde el nido”, 380 versos que describen su memoria desde los 5 años hasta los 14 en que empieza a sufrir ese desgajamiento de la adolescencia que la hace pasar de niña a mujer, sin perder la inocencia necesaria para escribirlo muchos años más tarde.

No sería esta una antología completa si no incluyera también poemas inéditos, es decir, aquellos que los poetas conservan en la sombra a veces por pudor y a veces porque es necesario que descansen un tiempo. Los poemas inéditos de Leticia Herrera son una manera de decirle al lector “aquí estoy hoy, ahora”. Se mantienen los versos breves, ingeniosos, esa manera de jugar con las palabras para darles nuevos sentidos, y en términos vivenciales hay una mirada un tanto escéptica sobre la vida, sobre esa necesidad de adaptarse a las circunstancias para sobrevivir y sobrellevar el peso: “muda el alma de piel / y el cuerpo / de lo tenso a lo rugoso / de lo inocente a lo perverso”.


22 abril 2011

Testimonio de Paz

Tengo tres o cuatro amigos que a lo largo de sus vidas han mostrado una pasión admirable y una paciencia infinita en la labor de rescatar la memoria de nuestra historia contemporánea, para que los bolivianos aprendamos a recordar y para que personajes y hechos históricos dejen una impronta que la ventisca coyuntural no nos pueda quitar más.

Eduardo “Pachi” Ascarrunz es uno de ellos, y luego de muchos años de acumulación, publicó La palabra de Paz: un hombre, un siglo (Plural, 2008), un testimonio sobre su relación con Víctor Paz Estenssoro, de lejos el hombre de Estado más importante que ha habido en Bolivia en el último siglo.

Como el mismo “Pachi” afirma, el libro es “algo más cercano a la artesanía que a la literatura, como lo hacía mi abuela Rita: confeccionar una colcha con retazos sobrantes de otras confecciones; en este caso con trozos restantes de los retazos de memoria que, finalmente, componen el puzzle que es esta obra en su totalidad”.  La colcha de retazos se teje alrededor de un episodio histórico: las elecciones generales de 1985 en las que el Paz Estenssoro calificó para ser electo presidente de Bolivia por cuarta vez. Pachi llevó adelante una creativa e ingeniosa campaña electoral que aportó a la victoria del jefe histórico del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y al reposicionamiento de su imagen pública, deteriorada a raíz de su apoyo al golpe militar de Coronel Bánzer en 1971.

Suma de entrevistas, conversaciones, comentarios y observaciones, la obra rescata la dimensión humana de Víctor Paz Estenssoro, es un “atisbo del alma” de un hombre de por sí críptico y poco dado a abrir a los demás sus facetas íntimas. Su reticencia a las entrevistas era bien conocida, no sólo aquellas sobre política, más aún sobre su vida personal.

Victor Paz en la Revista "Zeta", 1979
Quizás por la especial relación de amistad que tuvo mi padre con Paz Estenssoro, pude conversar con él varias veces, la última poco tiempo antes de su muerte, en su casa en San Luis, Tarija, aunque ese episodio lo reservo para otro momento.

Años antes, cuando me recibió a mediados de la década de 1970 y le pregunté sobre la historia “secreta” del MNR, me dijo que todavía no podía hablar de ello porque creía que iba a tener aún participación en la política boliviana, como efectivamente la tuvo durante muchos años más.

En 1979 lo entrevisté para uno de tantos proyectos que llevó adelante Pachi Ascarrunz, la revista “Zeta”, en cuyos 6 o 7 números (no recuerdo bien) colaboré. Paz Estenssoro me recibió en su departamento del Edificio Isabelita, en la Av. Arce de La Paz, y me habló del precio político que había pagado debido a su alianza con Bánzer en 1971. Sin embargo, defendió la decisión que había tomado entonces porque permitió levantar el veto militar que pesaba sobre el Movimiento Nacionalista Revolucionario desde el golpe militar de Barrientos:

Victor Paz entrevistado por Alfonso Gumucio en "Zeta"
“Nosotros entramos en esa conspiración por dos razones. Una de valor general: el país estaba en una situación caótica que, al empeorar día a día, podía tener consecuencias insospechadas para la existencia misma de Bolivia. Otra, desde el punto de vista del MNR, porque se había establecido un veto miliar para su actuación política. (…) Como jefe de ese partido yo tenía un interés vital para que ese veto desapareciese”.

Pachi le dedica también dos páginas a la relación política y de amistad entre Alfonso Gumucio Reyes y Paz Estenssoro. De una conversación que tuvo con él en mayo de 1985,  rescata lo que Paz le dijo sobre mi padre (que reproduciré en otra ocasión).

Pachi parece decir en todo momento en su libro: “Yo estuve allí, yo vi, yo escuché...”, como para subrayar el relato de primera mano y su propia voz, la de un periodista que al mismo tiempo que elabora un testimonio sobre el gran personaje de la política boliviana contemporánea, ofrece también de su propia vida en cuanto toca a la relación con la persona -y no solamente con el personaje- de Víctor Paz Estenssoro.

El “ninguneo” que se practica con fruición en Bolivia hace que la crítica ignore muchos libros escritos y publicados con enorme esfuerzo. Yo mismo comenté este libro a destiempo (Nueva Crónica, septiembre 2010), dos años después de haber salido de imprenta, a pesar del valor que tiene como testimonio de nuestra historia contemporánea y como producto de la voluntad de un cronista que trabaja para la memoria, una inquietud que lo ha caracterizado siempre.


15 abril 2011

Memoria mal honrada


Semanas atrás, cuando se publicó en Nueva Crónica 76 mi reseña sobre el libro Vesty Pakos y la sonrisa del tigre que escribió su amigo y colega naturalista Carlos Farfán Capriles, recordé la personalidad extraordinaria de Silvestre Pakos Sofro y me propuse visitar, luego de muchos años, el zoológico que él mismo diseñó poco antes de su muerte accidental y prematura.

Pues bien: Vesty Pakos se estremecería en su tumba si supiera que el zoológico de La Paz que lleva su nombre sufre el más grande abandono. No se entiende bien qué diablos hacen las sesenta personas que están en la nómina de empleados –“son más empleados que animales”, comentó mi hermano Pedro- porque a ojo pelado está claro que el lugar, en el Parque de Mallasa, no recibe la menor atención desde hace mucho tiempo.

No dudo que la excusa para tanta desidia será la falta de presupuesto del gobierno municipal de La Paz.  Pero si fuera cierto, los sesenta empleados deberían estar de cuatro patas limpiando el lugar y cortando la maleza que invade tanto las jaulas como los jardines. Viene al caso una inteligente respuesta atribuida al Papa Juan XXIII cuando le preguntaron: “¿Santo Padre, cuanta gente trabaja en el Vaticano?”, y él respondió muy serio: “Menos de la mitad”.  En el caso del Zoológico Vesty Pakos, parece que los únicos que trabajan son los que cobran las entradas. Pero seguro que los sesenta reciben su salario completo a fin de mes.

Mi hermano Pedro, que era muy amigo de Vesty, publicó en Presencia (6 de junio1993) la más completa –aunque apretada- semblanza biográfica que conozco, donde entre otras cosas habla de su generosidad y extraordinario desprendimiento y un carisma que todos reconocían inmediatamente. 

No se me había ocurrido antes asociar el apodo de Vesty a su nombre de pila, Silvestre, que sus padres le pusieron como si hubieran estado dotados de poderes clarividentes; ya que silvestre es la palabra que designa la naturaleza que crece indómita y libre, sin permiso ni compromiso, y él fue así, un hombre libre en una naturaleza que lo acogía fraternalmente. Son rasgos que subraya mi hermano en su texto.

Lo mismo se enredaba Vesty en un acto de amor con una gigantesca boa, que acariciaba el pelaje de una tarántula sobre su hombro, o se fundía en abrazos con un león que se comportaba como un gatito necesitado de afecto. Desde niño mostró que no tenía temor de las víboras o las arañas. Lo que para muchos son alimañas que erizan la piel apenas las vemos cerca, para él eran amigos que acariciaba y dejaba que recorrieran tranquilamente su cuerpo.  Los insectos menores, se los comía: proteínas…

Con una serpiente coral entre los dientes y con la sonrisa abierta que siempre lo caracterizó, aparece en la tapa del libro de Capriles que rememora su amistad y recuerda las aventuras que corrieron juntos en las selvas del Beni y los viajes que hicieron desde La Paz hasta San Borja, por ese camino estrecho que baja desde las cumbres hasta el sub-trópico andino. Desde el primer viaje por esa peligrosa “ruta al misterio, camino hacia la gloria”, con que comienza el libro, planea sobre el lector el presagio del desenlace fatal, porque allí murió Vesty en un accidente a fines de 1993.

Vesty Pakos, foto de Fernando Arispe
Leí el relato de Carlos Capriles con la familiaridad que se siente cuando los hechos descritos se confunden con la experiencia personal. De adolescentes, Vesty yo habitábamos en el mismo barrio de Obrajes, nuestra casas estaban a tres cuadras de distancia. El barrio era todavía un espacio relativamente aislado del centro de la ciudad.  Bastaba seguir hacia arriba en la calle 5 el cauce de un riachuelo rodeado de jardines frutales (de donde nos sacaban a hondazos) para llegar a la planicie de Alto Obrajes, donde no había ni una sola construcción, era una pampa abierta para excursiones y descubrimientos antes de convertirse en el “barrio del magisterio” a fines de los años 1960 y hoy en una ciudadela  poblada unida a la ciudad de La Paz.

Vesty y yo éramos “haraganes”, el club del barrio de Obrajes cuyo lema jocoso era “Si el trabajo da salud, que trabajen los enfermos”. El 1º de mayo de 1962, Día Internacional de los trabajadores, Los Haraganes develaron en la plaza principal de Obrajes una placa con ese lema. Los carnavales que organizaban Los Haraganes duraban dos semanas y eran proverbiales, más entretenidos que los del Splendid o del Country, los clubs de los pitucos de los barrios de Sopocachi o Calacoto. Era una época de picardía pero no de malicia, formábamos una comunidad unida que se divertía sanamente.

Doña Hilde, la mamá de Vesty, atendía a una cuadra de la iglesia de Obrajes una pequeña tienda de abarrotes, con quesos, carnes frías, y algunas latas de conserva. Todos en el barrio la conocían y apreciaban. Nos recibía siempre con una sonrisa melancólica.  Sus ojos claros condensaban la memoria de su pasado en Serbia y de los caminos sin retorno que había transitado a lo largo de su vida. Luego de Yugoslavia y Austria (donde nació Vesty), llegó a Bolivia el primero de enero de 1950, con un hijo de cuatro años y un marido que falleció tres meses después en un accidente de trabajo.

Capriles le dedica varios capítulos a la Estación Biológica del Beni (EBB), cerca de San Borja, que él administró un tiempo por encargo de la Academia Nacional de Ciencias, donde Vesty estuvo innumerables veces, tantas que se conocía todos los caminos y todos los pobladores lo querían por su trato siempre afable y optimista. En esa misma época visité la EBB, con mis hijos que eran todavía muy pequeños, y pasé varios días allí mezclando el trabajo con el placer-temor de disfrutar-padecer la biodiversidad.

Para nosotros citadinos, como para Macedonio Fernández (citado por Cortázar en “El libro de Manuel”), “el campo es ese lugar horrible donde los pollos se pasean crudos”; pero para quienes trabajaban en la Estación Biológica del Beni, la foresta casi virgen era un paraíso de diversidad inagotable de fauna y flora.

Vesty diseñó el hábitat de los inquilinos del nuevo zoológico de La Paz, para que cada uno disfrutara de espacio suficiente y de un paisaje natural con las características del piso ecológico del que provenían.  Pero lo que queda hoy es lamentable: las pozas y fosos no tienen agua; los osos jucumari, cóndores o jaguares, están escondidos detrás de un entramado de tupidas rejas, mal pintadas y torpemente colocadas, que impiden ver a los animales, sumidos en una indescriptible tristeza.

En otros zoológicos del mundo, dirigidos por gente inteligente, se colocan vidrios para no bloquear la vista, pero aquí se han dedicado a construir espesas enredaderas de metal para que no se vea nada.  El serpentario, cuya forma alargada reproduce el cuerpo de una boa, parece que estuviera cambiando de piel, descascarado y envejecido por fuera, y muy pobre por dentro en número especies. En un país con una diversidad biológica tan grande, es incomprensible que el zoológico de La Paz se limite a unos pocos felinos, monos, llamas y serpientes.

Parafraseando a Diógenes (y a Lord Byron y Groucho Marx), Vesty solía decir “Cuanto más conozco a los políticos, más quiero a mi boa”. Y esa frase es la adecuada para los burócratas que han abandonado su zoológico. 

08 abril 2011

Museo Soumaya

Una sola noche, a fines de febrero, trescientos invitados pudimos admirar por dentro el edificio del nuevo Museo Soumaya y su contenido invalorable, pero luego cerró sus puertas hasta ahora que acaba de abrirse al público el 28 de marzo, para mostrar la colección privada de arte más importante de México.  

Tuve la oportunidad de estar en la noche inaugural cuando todavía los obreros trabajaban a contrarreloj para concluir los detalles de obra fina del museo que pertenece a la fundación de Carlos Slim, el hombre más rico del mundo, dueño de las telecomunicaciones de América Latina (un servicio caro y deficiente en México) y tantas cosas más, actualmente envuelto en una batalla campal contra el poder mediático de Televisa. Pero esa es harina de otro costal.

El edificio del Museo Soumaya –que lleva el nombre de la esposa fallecida de Slim, iniciadora de la colección de arte- es una estructura recubierta de metal que destaca como una escultura refulgente en el conjunto urbanístico de Plaza Carso (el nombre del grupo empresarial), un área extensa donde se asientan ahora los edificios de las oficinas de las empresas de Slim, un reciente desarrollo en el noroeste del barrio de Polanco, colindante a las vías del tren del ferrocarril de Cuernavaca.

En la arquitectura como en el arte, las comparaciones son inevitables. Así, el Museo Soumaya se inspira en grandes creadores de la arquitectura orgánica; por sus espacios internos, sus torsiones, sus curvas y su revestimiento, tiene algo de Frank Lloyd Wright, de Santiago Calatrava, de Oscar Niemeyer y de Frank Gehry. Por dentro, una rampa que permite desplazarse de un nivel al siguiente, recuerda el diseño similar de Lloyd Wright en el Museo Guggenheim de New York, mientras que por fuera el edificio diseñado por el joven arquitecto Fernando Moreno, está recubierto por 16 mil hexágonos de metal que remiten al efecto visual de Gehry en el Museo Guggenheim de Bilbao.

La estructura es un desafío a la fuerza de gravedad. Asentada sobre 28 columnas tubulares perimetrales, se proyecta como una gran ola suspendida por la tensión y el efecto de torsión de los materiales utilizados. Algunos dirán que se asemeja también a la chimenea de una central nuclear.

El presidente mexicano Felipe Calderón
Al lado de Carlos Slim, durante la inauguración, estaban no solamente el Presidente de México Felipe Calderón, sino amigos cercanos del magnate, como el escritor colombiano Gabriel García Márquez, y el periodista estadounidense Larry King, quien en sus palabras de apertura –luego de despojarse del saco para mostrar sus emblemáticos tirantes- afirmó en inglés: “Jamás habrán visto arte como este, mostrado de esta manera”. Según anunció Carlos Slim el ingreso al Museo Soumaya será siempre gratuito.

Las 16 colecciones del museo están distribuidas en los seis pisos que cuentan con 7.517 metros cuadrados de área de exposición.  Lo exhibido la noche de la inauguración fue un adelanto de la riqueza que encierra el acervo. Las 66 mil piezas de arte que representan las colecciones de pintura y escultura, tanto mexicana como europea corresponden al gusto ecléctico de una colección privada, que por lo mismo tiene la ventaja de abarcar una amplia gama de disciplinas del arte y muchas expresiones de la creatividad popular.

Rio Juchitán (1956), de Diego Rivera
Miniaturas y Relicarios, Artes Aplicadas, Monedas y Medallas, Moda de los Siglos XVIII a XX, Fotografía, Arte Comercial de la Imprenta, Auguste Rodin y Escultura Europea del Siglo XIX y XX, Antiguos Maestros Europeos, Retrato Mexicano del Siglo XX, Paisaje del México Independiente, Arte Mexicano del Siglo XX, y la Estampa Devocional, son algunas de las colecciones. En la planta baja se exhibe una obra hasta ahora conocida por muy pocos, “Río Juchitán” (1956) un pequeño mural en mosaico veneciano, el último que realizó Diego Rivera, cedido en comodato al Museo Soumaya por la familia Suarez Suarez.

En el piso más alto, la muestra de esculturas de Auguste Rodin es considerada la segunda más importante en el mundo después de la que existe en París. Junto a las obras de Rodin, están las de Salvador Dalí y otros grandes artistas. 

La colección de pintura europea incluye obras como “San Francisco de Asís en éxtasis” de Zurbarán, una “Inmaculada Concepción” de Murillo, o “La Sagrada Familia” de El Greco, entre los españoles; pero también abundan obras emblemáticas de Lucas Cranach el Viejo, de Rubens, de Tiziano, de Bruegel, de Frans Hals o Van Dyck.

La pintura mexicana está representada por los más grandes, Rufino Tamayo, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, el extraordinario paisajista José María Velasco, y varios extranjeros que pintaron México en los siglos XVIII y XIX.

No he visto en este país otro museo tan rico y con una variedad de obras de autores tan destacados. Con más de seis siglos de arte a disposición de los mexicanos, el museo es sin duda el más importante de México, donde curiosamente espacios como el Museo de Arte Moderno o el Museo Tamayo, hacen muy poco para mostrar las obras de importancia que mantienen la mayor parte del tiempo en la penumbra de sus bodegas.

Me toca regresar al Museo Soumaya para verlo con calma, sin toda la algarabía y el despliegue de seguridad que me tocó la primera vez esa noche a fines de febrero. Quiero apreciar cada obra sin apuro, simplemente disfrutando con “alegría estética”, como decía Sartre.

03 abril 2011

Carlos Fuentes, Bolivia en el mapa


Nadie es profeta en su tierra, pero en el caso de personalidades del tamaño de Carlos Fuentes, los aleteos desesperados del ninguneo y de la diatriba quedan anulados frente a la solidez de una obra monumental. Es cierto que algunos en México no quieren a su más grande escritor vivo, y tratan de descalificarlo por su posición política, pero los nombres de esos adversarios no resistirán al tiempo; en cambio su obra ya está en la historia.

Me tocó participar, como enviado de la DPA a una rueda de prensa y sesión de firma de libros en la emblemática Librería Gandhi de México. Mientras los periodistas nos reuníamos con Fuentes, más de 500 personas aguardaban su turno para ingresar al auditorio, en su mayoría jóvenes lectores que no vivieron como nosotros la época del “boom” de la literatura latinoamericana, pero reconocen al escritor más importante de México, eterno candidato al Premio Nóbel de Literatura, aunque ningún periodista tocó el tema.

“Hay más periodistas que lectores” comentaba con sorna Carlos Fuentes sin saber que sus lectores aguardaban afuera, en una larga fila que rodeaba la librería y se perdía en la oscuridad de las calles empedradas de Chimalistac.

Las cámaras de televisión y los flashes de fotografía arrinconaban al autor de “La región más transparente”, pero durante la rueda de prensa la mayoría de las preguntas de los reporteros abordaba temas políticos: el narcotráfico, el gobierno del PAN, la corrupción, la violencia.  Poco sobre literatura, pues se cree que toda personalidad pública tiene la obligación de posicionarse políticamente.

“¿Puedo hacerle una pregunta sobre literatura”?- traté de captar su atención. “Hay escritores que escriben libros y los publican, y otros escritores que escriben con un plan para desarrollar una obra completa. Usted es de estos últimos. ¿Cuándo concluye ese plan?” No dudó un segundo: “En la muerte. Espero escribir hasta el final, no tengo otra cosa que hacer. Una obra no se completa nunca.  Balzac no completó la suya, por qué la voy a completar yo. Siempre se quedan cosas en el tintero”.

La pregunta trillada de un reportero no se deja esperar, cuando menciona que “los libros son como los hijos” y le pide que mencione su obra preferida. “No puedo, porque todos son iguales para mi. Algunos son tuertos, otros son altos, otros son bajitos… no importa porque todos son mis hijos, los quiero a todos”.

Fuentes vive y escribe en Londres, y pasa solamente una parte de su tiempo en México. “¿Se siente un hombre moderno?”, le pregunta una periodista española, a lo que  responde: “Me siento antiquísimo, me siento del imperio romano”. 

¿Sobrevivirá el libro? ¿Cómo siente a los mexicanos jóvenes? ¿Qué opina de la carrera presidencial? ¿Cuál es su diagnóstico de la política mexicana? ¿Habrá una tercera guerra mundial? Las preguntas fluyen una tras otra, algunas las ha escuchado miles de veces. ¿Cuál es su próxima obra, qué está escribiendo ahora? “De eso no hablo, porque sino no lo hago”.

Cuando las preguntas comienzan a repetirse Fuentes se impacienta y pide que dejen entrar a los lectores, pero antes, los periodistas también tienen libros para su firma. Le extendí un ejemplar de “Todas las familias felices”, ese extraño libro de relatos sobre personajes que incluye “coros” escritos como poemas.

“¿Para quién? –me pregunta. “Para Bolivia” –respondo. A su lado una representante de la Editorial Santillana comenta: “¿Para todo el país…?” mientras Fuentes dibuja una mapa de América del Sur y ubica exactamente a Bolivia en el corazón del continente. “¿Le gusta mi mapa?”, me dice al devolverme el libro.

Minutos antes le pregunté si su amor por el cine, compartido con García Márquez, había influenciado su narrativa: “¿No ha sentido la falta de la imagen al escribir? ¿Es suficiente la metáfora poética de la escritura?”

Respondió taxativamente: “Me gusta mucho el cine, conozco bien la época de la década de 1930 a 1950, pero pienso que la literatura se basta a sí misma; la imagen literaria es más poderosa que la del cine, porque le permite al lector imaginar, en tanto que en el cine el espectador está condenado a ver lo que está en la pantalla”. Y agrega: “Salvo un director como Buñuel que pone actores mirando fuera de la pantalla. Es decir, hay un mundo fuera de la pantalla”. 

Cuando entraron sus lectores firmó durante tres horas no menos de mil libros; cada quien llevaba dos o tres ejemplares. Una mujer llegó con una docena de primeras ediciones, de esas que aún conservo en mis bibliotecas dispersas o encajonadas.