26 agosto 2011

Raúl Lara (1940-2011)


¿Por dónde empezar? Los sentimientos se atropellan y entremezclan. Es difícil escribir sobre los amigos cercanos, más sobre aquellos cuya obra uno admira, y más aún cuando los recuerdos de diferentes épocas se disputan el primer plano, resistiéndose al olvido.  

Es lo que me pasa con Raúl Lara, el gran pintor boliviano fallecido muy temprano el lunes 22 de agosto (y muy temprano en la vida), rodeado por su familia, Lidia su esposa, y sus hijos Fidel y Ernesto, cuyos nombres dicen de qué lado estuvo siempre el corazón de Raúl en el espectro ideológico.  

¿Por dónde empezar? ¿Por su obra que tengo ahora frente a mis ojos, por su historia personal, por las visitas que le hice en Cochabamba y en Oruro, por las fotos que le tomé y las veces que lo filmé? Esta no debería ser una nota triste, me digo, pero quizás lo sea. Triste en parte por esa sensación de deuda que me deja la partida de Raúl. Entonces empiezo por allí.

La desaparición de Raúl Lara deja un vacío porque nadie puede llenar el espacio de un artista de esa dimensión, nadie puede continuar una obra de esa naturaleza.  No es como un edificio o un puente, no es tampoco la catedral de Gaudí o el film póstumo de Kubrick o de Pasolini, que otros pueden concluir con las indicaciones dejadas por el autor.

Bolivia estará siempre en deuda con Raúl y con otros creadores de arte. Este es un país ingrato, con dirigentes políticos indolentes, incapaces de comprender la grandeza de los artistas y de apoyarlos. Todo lo que se hace en materia de arte y cultura en Bolivia es “a puro pulmón”, para usar una expresión trillada.  Y se hace a pesar del Estado, a pesar de quienes se llenan la boca de discursos, pero hacen poco o nada por aquellos que desarrollan una obra que trascenderá en el tiempo. No trascenderán los discursos del presidente de turno, pero sí los cuadros de Raúl Lara.

También yo quedé en deuda con Raúl, porque hace muchos años sigo su trayectoria con la intención de escribir sobre él, y no he podido hacerlo, aparte de pocas cosas y muy breves. Lo haré sin falta, me digo ahora, pero él ya no estará para verlo. He fotografiado y filmado a Raúl muchas veces, y quiero hacer un libro y un documental donde su propia voz lleve la narración. Lo haré, lo haré, si el tiempo me lo permite.  

Los Lara son una familia de artistas plásticos. Una decena de hermanos y hermanas, nacidos en diferentes campamentos mineros, a medida que su padre, Estanislao Lara, perforista en interior mina, era trasladado de una mina a otra: Augusto, Gustavo, Walter, Blanca, Roberto, Jaime, Judith, Raúl, Ramiro, Néstor, José Antonio… Gustavo, a su vez un gran pintor, fue el mentor de Raúl y de los otros hermanos artistas. El hijo de Gustavo, Fabricio, se ha sumado con la madurez de su obra al prestigio de Gustavo y Raúl, y de otros Lara cuyo trabajo –menos conocido- continua en Argentina. Conservo la foto de todos los hermanos, sin fecha, que me regalaron Raúl y Gustavo.    

En una anterior vida de pareja tuve varias obras de Raúl, ahora solamente tengo un gran cuadro, una litografía, y varios dibujos, entre los cuales los 6 que hizo para mi libro “Sentímetros”, que cuenta también con dibujos de Gustavo. Una de las últimas veces que lo visité en Cochabamba me alojé una noche en su casa en la calle Los Pinos No. 136, en Tiquipaya, y en la habitación había un dibujo que me miraba. Al día siguiente la generosidad de Raúl y de Lidia me permitieron llevármelo bajo el brazo.

El año 2003, cuando Raúl estaba pintando su serie de homenaje a Vincent van Gogh, Katherina y yo lo visitamos en su casa y taller, y quedamos hechizados con uno de los cuadros, un hermoso desnudo. Van Gogh pintando un desnudo (pintó muy pocos entre sus 900 cuadros), y no cualquier desnudo: una sensual mujer de piel morena. Decidimos comprarlo inmediatamente, sin esperar la exposición. Por ello este cuadro no se mostró ni aparece en el catálogo de “Vincent van Gogh en Oruro”.  El otro desnudo de la serie de van Gogh se lo llevaron Carlos Mesa y Elvira Salinas.

La muestra sobre van Gogh constituye un punto culminante en la carrera pictórica de Raúl Lara. Los cuadros son magníficos como pintura, como lo es el concepto creativo: colocar a Van Gogh en el horizonte boliviano y hacerlo de manera que interactúa con el paisaje y con la gente. ¿No es maravilloso ver a van Gogh en medio del carnaval de Oruro, caminando solitario por el altiplano o pintando el desnudo de una sensual mestiza boliviana? Nada de esto ocurrió en la vida del gran pintor holandés, pero ya existe puesto que Raúl lo pintó.

Pero hay mucho más que la pintura y el catálogo; Raúl escribió textos para a Vincent, y compuso música que fue utilizada por sus hijos Fidel y Ernesto para realizar un hermoso video de 14 minutos. En suma, un festín completo que pone en relieve la riqueza de la personalidad artística de Raúl Lara.

Las cartas narran la visita sorpresiva que un excéntrico pintor holandés “con olor a mil caminos y a trementina” hace a la casa de Raúl Lara en Oruro, portador de una carta del su hermano Jaime. Van Gogh dice haber encontrado la luz del sol que le hacía falta, y Raúl encuentra a través de Vincent un conducto para comunicarse con Jaime y para explosionar su arte de color y sensualidad.

Las cartas de Jaime hablan de una época anterior, los 14 años que Raúl y sus hermanos vivieron en Jujuy, Argentina. Los colores eran más sombríos y no aparecía aún la pista del erotismo, las formas sensuales. No es para menos, era la época marcada por la dictadura militar. Raúl representa ese contexto de terror, de soledad, de aislamiento, de desconfianza, pintando a personajes cuyos rostros no se ven, muchas veces de espalda, enmarcados o atravesados por barras de metal cromado, que se convierten en un leitmotiv de esa serie. Son cuadros duros, que hablan de la muerte sin regodearse en ella, sin ser explícitos ni grotescos.

En una nota titulada “Los mitos populares en la pintura de los hermanos Lara”, que escribí para la DPA (Agencia Alemana de Prensa) a principios de los 1980, cuando no teníamos computadoras, Raúl me decía: “Era una etapa de catarsis, de una pintura adolorida, un poco tenebrista. Esto tuvo que ver en parte con la desaparición de nuestro hermano a los pocos meses de llegar al poder el gobierno militar. Cierta noche se llevaron a Jaime Rafael y nunca más supimos de él.  Ello influyó notablemente en nuestra expresión plástica. Yo quería entonces expresar al hombre víctima de la máquina, transmitir una sensación de opresión”.


Confieso mi absoluta debilidad por los desnudos y las representaciones de mujeres sensuales en la obra de Raúl Lara. Mujeres voluptuosas, de hermosas piernas y nalgas, que alternan con cholos toscos, gruesos matarifes que bailan en la morenada, mestizos que esconden los ojos detrás de gafas oscuras. La representación que hace Raúl Lara de los personajes de Oruro es fabulosa, en el sentido de fábula y de mito, porque a través de su pintura sobre las fiestas orureñas ha creado una mitología de seres tan cotidianos como fantásticos, inspirados en la realidad. El enorme tríptico “El carnaval de Oruro” es un ejemplo extraordinario donde todo lo anterior convive, y en el centro está van Gogh, perfectamente integrado.

Raúl Lara y Graciela Rodo Boulanger fueron los únicos pintores bolivianos invitados a colaborar con una iniciativa continental de gran ambición, “PerioLibros”, que en su momento dirigió Germán Carnero Roqué, desde la oficina de la Unesco en México.

Lara y Rodo Boulanger colaboraron junto a maestros de la talla de Francisco Toledo, Oswaldo Guayasamín, José Luis Cuevas, Rufino Tamayo, Fernando Botero, Antoni Tapiés, Vicente Rojo y Roberto Matta, entre otros. Los 62 artistas escogidos ilustraron relatos de grandes escritores como Rulfo, Cortázar, Carpentier, García Márquez, Borges, Icaza, Darío, Roa Bastos, Sábato, Vargas Llosa, Neruda, Pessoa, Fuentes, Sabines, Alberti, Onetti, Saramago, Bioy Casares, y el boliviano Oscar Cerruto, entre otros.

Era un “festín de la mirada”, como lo describió Fernando Savater en la introducción del libro que recogió la obra pictórica y acompañó la exposición itinerante que durante tres años fue acogida en 24 museos de America Latina, España, Francia y Estados Unidos. Un cuadro de Raúl Lara y varios dibujos suyos ilustraron las páginas de “Naturaleza muerta con cachimba”, de José Donoso, el narrador chileno. Cachimba quizás ya premonitora de la que usaba Vincent van Gogh.  

Casualidades o paradojas de la vida y de la muerte, acabo de encontrar una agenda de 1999 que me regaló Raúl, “Iberoamérica Pinta”, publicada por la Unesco y el Fondo de Cultura Económica de México como acompañamiento a la exposición itinerante del gran proyecto cultural “PerioLibros”. Busco semana tras semana en la agenda el cuadro de Raúl y lo encuentro, premonitoriamente en la misma página en la que figura el 22 de agosto, la fecha en que murió.  

Tenemos en casa el retrato que le hice en Oruro, el 30 de enero de 1990, y ahora que lo miro de nuevo, encuentro una mirada triste o nostálgica, pero no es él, es mi propia mirada la que entristece su foto.