06 junio 2012

Hablando de Antonio


Las notas de prensa ya han dicho de Antonio Peredo lo que era necesario decir sobre su vida pública: hermano mayor de “Inti” (Guido) y “Coco” (Roberto), dos aguerridos guerrilleros que lucharon junto al Ché Guevara, y de “Chato” (Oswaldo), líder de la guerrilla de Teoponte en 1970. Hombre de izquierda, primero del Partido Comunista, luego fundador y senador del MAS, Antonio fue candidato a la vicepresidencia junto a Evo Morales en las elecciones de 2002. Periodista y profesor en la universidad, autor de varios libros, centenares de artículos… Nació en 1936 y acaba de fallecer a sus 76 años de edad el sábado 2 de junio.

Todo eso ya está dicho, pero yo quiero recordar aquí algunas circunstancias que nos tocó vivir juntos, ya sea en el exilio en México y Nicaragua,  o en Bolivia.

Maria Martha, Hugo Fernandez y Antonio en Tacubaya, 1980
La primera imagen que viene a mi memoria se remonta a nuestra llegada a México en calidad de exiliados de la dictadura de García Meza, en 1980. Recuerdo un departamento nuevo y vacío en la Colonia Tacubaya, un barrio entonces y ahora marginal y por lo tanto más barato. No teníamos mucho: colchones sobre el piso (uno prestado por mi amigo "Guajo" Rebollar), y una sencilla mesa redonda para las comidas, donde nos sentábamos cuando llegaban de visita los amigos.

El exilio, ya se sabe, es empezar de nuevo. Todo lo que uno haya logrado en su vida anterior parece que no cuenta, ni la experiencia ni el prestigio. Así, en esa sencilla morada en Tacubaya, que las dos parejas compartimos durante unos meses, pasamos momentos difíciles. Un dato resume mi recuerdo de esa etapa: en el supermercado me parecía que el precio de un paquete de mantequilla era exorbitante, algo inalcanzable.

La siguiente imagen es anterior, en Bolivia. Fuimos colegas en el semanario Aquí y vivimos los avatares de la represión, por apoyar ese proyecto de periodismo independiente y combativo. La experiencia de publicar en el semanario Aquí –fundado el 17 de marzo de 1979- fue fundamental para todos los que en esa etapa crítica de la vida política de Bolivia, colaboramos con Luis Espinal. Escribíamos en el semanario Edgardo Vásquez, René Bascopé, Lupe Cajías, Coco Manto, Remberto Cárdenas, Gastón Lobatón,  Raúl Butrón, José Alcócer, mientras entre bastidores obraban Xavier Albó, Eric Wasseige, Amparo Carvajal, y otros de la asamblea. Antonio era el Jefe de Redacción, y luego fue director. Cuando los esbirros de García Meza y de Arce Gómez secuestraron, torturaron y asesinaron a Luis Espinal de manera tan salvaje, Bascopé asumió como director. Pero apenas cinco meses después, cuando vino el golpe del 17 de julio, Antonio Peredo, Bascopé, Coco Manto y yo tuvimos que asilarnos en la Embajada de México.

Luego de un par de meses en la residencia diplomática, por entonces a cargo del embajador Plutarco Albarrán, nos enteramos que el Ministerio del Interior tenía una lista de seis personas a las que pensaba “congelar” en la embajada. En esa lista estábamos Antonio Peredo, Cristina de Quiroga (acababan de asesinar a Marcelo), el dirigente fabril Luis López Altamirano, el diputado Alcides Alvarado y alguien más que no recuerdo en este momento. Nos pasaron el dato de que el coronel Luis Arce Gómez habría dicho “que se pudran, no les vamos a dar el salvoconducto para salir a México”.

El salvoconducto llegó finalmente, pero yo ya no estaba allí. Impaciente, decidí organizar mi salida clandestina por la frontera peruana y luego de unas semanas de avatares que no vienen a cuento ahora, volvimos a encontrarnos en México con Antonio y María Martha, para convivir en el departamento de Tacuyaba durante unos meses, hasta que Mauricio Antezana y Soledad Quiroga me dejaron el estudio que tenían en la avenida Félix Cuevas, en la Colonia del Valle.

Otro flash back alumbra la memoria. Después del asesinato de Espinal y poco antes del golpe militar de julio 1980, la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia, que por entonces presidía Julio Tumiri o Gregorio Iriarte, me encargó preparar un libro sobre la vida de Luis Espinal. Me metí durante varias semanas en los archivos de Lucho, en la casa de Miraflores, para reunir información y le pedí a Antonio Peredo que escribiera el capítulo sobre la actividad de Lucho en el periodismo. Xavier Albó escribió sobre Lucho sacerdote, Gregorio Iriarte sobre el asesinato, y yo sobre su actividad como cineasta (que años más tarde amplié en el libro Luis Espinal y el cine). También entrevisté a Antonio para una película documental que comencé a filmar, y que quedó interrumpida por el golpe.

Luis Espinal, en el corazón del pueblo de Bolivia
El libro que coordiné en un tiempo record se publicó en Lima en 1981, con el título Luis Espinal, el grito de un pueblo. Por razones de seguridad salió sin los nombres de los autores, pero para la historia debe quedar establecido que el capítulo sobre la labor de Luis como periodista lo escribió Antonio Peredo. Una segunda edición se publicó en España, en 1982, con el título Lucho Espinal, testigo de nuestra América. Nunca vi siquiera un ejemplar de esa edición.

México fue para Antonio y para mi la primera etapa del exilio. La segunda fue Nicaragua, donde ambos volvimos a coincidir para participar y disfrutar del proceso inicial de la revolución de los sandinistas. Antonio trabajaba como periodista en la Agencia Nueva Nicaragua, y yo en un proyecto de cine Súper 8 en la Central Sandinista de Trabajadores (CST). Comprometerse en los primeros años de ese proceso político innovador fue una experiencia privilegiada.

Con el regreso a la democracia volvimos a coincidir muchas veces en La Paz, ya sea en torno al semanario aquí o en otras actividades. Cuando era diputado y luego senador, nos citábamos en el “mentidero” (el Café de Club de La Paz, en la Avenida Camacho), para ponernos al día.

También nos volvimos a encontrar “virtualmente”, si se puede decir, en las páginas de Bolpress, donde algunos “ex” del semanario Aquí seguimos colaboramos de buena gana. Antonio publicó allí más de 150 artículos desde el 15 de mayo del 2003.

Durante los años más recientes, María Martha me hacía llegar regularmente, desde el correo miradass1@hotmail.com, los textos que escribía Antonio sobre la política boliviana e internacional. No recibí ninguno nuevo en las últimas semanas, pero no le di mayor importancia, pues no sabía que Antonio estaba enfermo.

En sus artículos pude seguir desde lejos el pensamiento de Antonio. Había algunos que eran más que opinión, por ejemplo aquella iniciativa de reconstruir la biblioteca del Ché. Antonio extrajo del diario del Ché una lista con 109 títulos, muchos de ellos leídos por el comandante guerrillero en Bolivia, entre noviembre de 1966 y septiembre de 1967. La lista incluye varios autores bolivianos. No sé si la iniciativa prosperó.

Antonio Peredo en la clausura del seminario sobre radio local, 2009
En alguno de esos mensajes me escribió un comentario: “Ciertamente los ’60 ya nos anunciaban estas plagas. ¿No se estarían preparando entonces, mientras nosotros soñábamos con la construcción de una nueva sociedad? Eso nos está diciendo que ésta, es parte de aquella guerra total contra el sistema.” En otro, de marzo 2009, me agradece una nota de solidaridad que le envié cuando fue víctima de las intrigas palaciegas de Alvarito, el Robespierre de Alasitas que funge de vicepresidente.  
A fines del 2009, cuando Antonio era todavía senador del MAS, lo invité a la clausura del seminario internacional sobre Políticas y Legislación para la Radio Local en América Latina. Era un seminario importante, porque quienes lo organizamos (Karina Herrera, Erick Torrico, José Luis Aguirre, Cecilia Quiroga y este servidor) pretendíamos proporcionar insumos para que el Estado pudiera avanzar en el diseño de una ley general de comunicación. El esfuerzo que realizamos no mereció la atención del gobierno del MAS, cuyos representantes no se dignaron asistir.  En cambio sí lo hizo Antonio, que estuvo el día de la clausura.

TIPNIS,  OpArt de Kathiana Cardona
Compartíamos una perspectiva similar sobre la necesidad de una ley de comunicación en Bolivia, y nuestras opiniones sobre la prensa nacional y el ejercicio del periodismo era coincidentes: “La libertad de prensa es una atribución, un derecho y una obligación de los pe­riodistas, no de las empresas, porque las empresas están para ganar plata y lo mismo les da tener una fábrica de pin­turas o un canal de televisión”, dijo en una entrevista publicada en Nueva Crónica.

A pesar de su militancia partidista, Antonio tenía la virtud de decir las cosas con honestidad, y no dudaba en ser crítico del MAS si era necesario. Por ejemplo, cuando dirigentes de su partido calificaban de “políticas” las movilizaciones populares contra el gobierno, Antonio salió al paso en Bolpress: “Cuando escucho decir a un compañero que una movilización popular es política, se me erizan los pelos. Esa frase corresponde al léxico de las dictaduras militares que se arrogaron el derecho a hacer política y se lo prohibieron al pueblo. Por supuesto que toda movilización tiene carácter político porque es una reclamación, justa o no, contra la autoridad o contra los empresarios. Otra cosa distinta es que se aprovechen de ésta algunos politiqueros.”
En su último artículo publicado en Página 7, “La profunda crisis que enfrenta el gobierno”, Antonio hace un apretado diagnóstico de todos los conflictos que enfrenta el presidente, sin poder resolverlos, y toma nota del distanciamiento cada vez mayor del sector indígena y campesino, la base social de Evo Morales. “Algo está funcionando en sentido contrario”, escribió.

“Atravesamos una crisis que podríamos calificar como la más grave en la historia de este Gobierno. Es muy fácil decir que concluyó el proceso de cambio o, más bien, que se acabó la ilusión de avanzar en ese proceso. De ese modo, nos desligamos de toda responsabilidad, aunque más no sea la de haber votado a favor del mismo, asumiendo una posición crítica que puede satisfacernos, pero no contribuye a ninguna solución. Lo cierto es que el proceso de cambio tiene posibilidades de salir de esta crisis y fortalecerse. Para ello, cada uno de nosotros debe ser responsable, sentir que tiene un papel que cumplir”, escribió en ese último texto.

Antonio pide “la rectificación del andar gubernamental y el retorno al proceso de cambio”, a tiempo que sugiere medidas concretas: creación de empleos en sectores productivos, seguridad alimentaria, y lucha contra el narcotráfico.  

Conservaré de Antonio el recuerdo de su voz grave, el bigote grueso con el que siempre lo vi, su coherencia política que nunca derivó en el fanatismo, y su manera de ser siempre buen amigo de sus amigos, de todos, incluso de aquellos con los que podía tener divergencias políticas. 

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Yo no estoy de acuerdo con lo que usted dice,
pero me pelearía para que usted pudiera decirlo.
                                              —Voltaire