28 octubre 2012

Carta de Drummond de Andrade


Por tres razones me siento cercano al gran poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade, nacido hace 110 años. La primera y más obvia es que su poesía me gusta, y como ejemplo comparto al final de esta nota su poema “A bunda”, sensual y delicioso por donde uno lo mire (por detrás, naturalmente). La segunda, porque Drummond y yo somos escorpiones y nacimos el mismo día, un 31 de octubre, aunque él casi cinco décadas antes que yo, en 1902. 
  
La tercera razón es la que disfruto en particular: Drummond de Andrade y yo tuvimos un breve intercambio epistolar en abril del año 1971, a raíz de un desafortunado episodio de plagio que me tocó poner en evidencia y al que me voy a referir en detalle. 


El Nacional era el diario oficialista del gobierno del general Juan José Torres (“jota jota”), en el que trabajé entre 1970 y 1971 bajo la dirección de Ted Córdova. Además de escribir columnas sobre temas políticos y sociales, mi principal ocupación y preocupación era una página cultural diaria y un famélico suplemento dominical. Fue en ese suplemento que exhibí a un médico boliviano con veleidades de poeta, Harry Trigoso Tapia, porque tuvo la ocurrencia de plagiar el poema “José” de Drummond de Andrade (un clic para ver una versión con música de Paulo Diniz y otro para escuchar el poema en la voz del poeta).
  
El rostro y la firma de Drummond en un billete
Probablemente Trigoso no fue plenamente consciente, en ese momento, de la arbitrariedad que había cometido al fusilar los versos de un poeta tan conocido, pero no se podía pasar por alto su osadía. Había mala fe en esa “adaptación” del poema brasileño a la realidad boliviana: los mismos versos, el mismo ritmo. Para demostrar que se trataba de un burdo plagio, publiqué lado a lado en una plana de El Nacional el poema original de Drummond, su traducción al castellano y la “versión” altiplánica de Trigoso.

El plagio es de por sí un asunto sórdido, que ha dañado la reputación de grandes escritores, como ha sucedido con el peruano Bryce Echenique en años recientes. En el caso de Trigoso, que no tenía ninguna reputación literaria que defender, el incidente no tuvo mayores consecuencias.

Lo que me interesa recordar de esta anécdota no es otra cosa que la carta que recibí de Drummond de Andrade unas semanas después, por intermedio del agregado cultural de la Embajada de Brasil en La Paz. El gran poeta, más allá del bien y del mal, le restaba importancia a su plagiario y lo condecoraba generosamente. Esto me dice en su carta: 

Rio de Janeiro, 19 de abril de 1971.

Mi querido hermano Alfonso Gumucio Dagron: 

He leído sus artículos “Las malas de costumbres” y “Juzgue el lector...” en El Nacional. Vi en ellos, junto con un noble celo por las cuestiones relacionadas con la creación literaria, un toque de simpatía profunda por la obra de un poeta brasileño. Y como ese poeta soy yo, vengo a decirte que me ha tocado mucho su actitud espontánea y generosa.

No me corresponde decidir sobre la cuestión suscitada, ya que, aún involuntariamente, soy parte de ella. El lector dirá, de hecho, la última palabra. Apenas, a modo de comentario, se me ocurre recordar la frase de Virgilio, a quien se censuraba el hecho de utilizar versos ajenos en su obra inmortal, y extraerlos incluso de poetas de menor categoría, como un tal Enio (cito en francés, porque la fuente y Saint-Beuve, en su “Étude sur Virgile”): “Je tire l’or du fumier de Ennius”. El poeta que fue el blanco de sus críticas no estaría siguiendo ese ilustre ejemplo?...

Cordialmente el abrazo, la admiración y el agradecimiento de

Carlos Drummond de Andrade
Rua Conselheiro Lafayette, 60. AP. 701


Luego de muchos años de tenerla archivada, rescato esta carta y la miro detenidamente como si fuera la primera vez, y entonces distingo los golpes gastados de la máquina de escribir, las minuciosas correcciones que hizo Drummond con tinta negra para completar una letra que no se leía bien, o para colocar un acento que faltaba. Por primera vez la traduzco al castellano, no porque suene mejor que en portugués, sino para compartir su contenido. Conservo con cariño inmenso estas líneas enviadas por “el animal menos epistológrafo del mundo”, como se definió a sí mismo ante Rodolfo Alonso, autor de una excelente selección y traducción de 45 poemas de Drummond: Antología (2005), publicada en Bogotá por Arquitrave.

Algún día conoceremos los tres poemarios inéditos que Drummond escribió a lo largo de la relación secreta que mantuvo con Lygia Fernandes, su amante durante 36 años, fallecida en 2003. Los manuscritos permanecen en custodia de la familia de ella. 


Gracias a Google ahora puedo no solamente encontrar la calle Rua Conselheiro Lafayette, 60. AP. 701, sino “bajar” al mapa y mirar de frente el edificio donde vivía el poeta, que falleció en agosto de 1987. Tuvieron que pasar 34 años desde la carta que me envió, para que pudiera visitarlo, en febrero del 2005, a tres cuadras de su casa, para siempre pensativo y en bronce en la rambla de la Avenida Atlántica, sobre la playa de Copacabana, en una banca que deja leer uno de sus versos: “No mar estava escrita uma cidade”.

Al igual que la estatua de John Lennon en La Habana, la de Drummond ha sido víctima de compulsivos admiradores que le han robado los anteojos ocho veces desde su inauguración, cuatro desde octubre del 2007. En la última, el restaurador Valdeci Santos decidió soldar los lentes como para que no vuelva a suceder.

No me cabe la menor duda de que en esa banca donde aparece con las piernas cruzadas y los antebrazos sobre las rodillas, nacieron los versos de este poema que no me atrevo a traducir:

A bunda, que engraçada

A bunda, que engraçada.
Está sempre sorrindo, nunca é trágica.

Não lhe importa o que vai
pela frente do corpo. A bunda basta-se.
Existe algo mais? Talvez os seios.
Ora - murmura a bunda - esses garotos
ainda lhes falta muito que estudar.

A bunda são duas luas gêmeas
em rotundo meneio. Anda por si
na cadência mimosa, no milagre
de ser duas em uma, plenamente.

A bunda se diverte
por conta própria. E ama.
Na cama agita-se. Montanhas
avolumam-se, descem. Ondas batendo
numa praia infinita.

Lá vai sorrindo a bunda. Vai feliz
na carícia de ser e balançar
Esferas harmoniosas sobre o caos.

A bunda é a bunda
redunda.