19 octubre 2013

Zapping TV

El zapping es una enfermedad de nuestros tiempos. Consiste en el uso febril del control remoto del televisor para pasar de un canal a otro, por lo general para pasar de una basura a otra parecida. La programación de la televisión comercial suele ser tan mala que es imposible quedarse mucho tiempo en un solo canal, y como lo último que se pierde es la esperanza, siempre existe una pequeña posibilidad de encontrar en otro canal algo diferente, quizás mejor.

En tiempos en que solamente había 3 o 4 canales de televisión para escoger y no existía aún el control remoto, la fiebre del zapping no se conocía. Luego vino la ilusión de los 500 canales vía satélite, el espejismo de que la multiplicación de canales se iba a traducir automáticamente en una mayor diversidad. No ocurrió. Al menos no en nuestra región. Cuando los defensores de la pequeña pantalla hablan de “buenos” programas, generalmente mencionan las series estrella de Estados Unidos o de Europa. América Latina no es sino el territorio de la telenovela, unas buenas, otras pasables y otras repulsivas. La expresión “peor que telenovela venezolana” seguramente tiene alguna razón de ser.

Pero la televisión está allí, omnipresente, y para quienes ya nacieron con ella en la casa (que no es mi caso), es más que un aparato electrónico, más que un mueble, más que un electrodoméstico. La televisión se ha convertido en un ojo mágico que domina los espacios más importantes del hogar: la sala de estar, el dormitorio. En las familias de clase media no es extraño encontrar 3 o 4 televisores.

La sociedad de consumo está representada por ese electrodoméstico que parece inofensivo cuando está apagado, pero cuando abre el ojo cautiva, paralogiza, y sobre todo vende y engaña.

Ese preámbulo es para referirme a un nuevo libro, Zapping TV – El paisaje de la tele latina, accesible gratuitamente en PDF, que acaba de publicar Omar Rincón en la estupenda colección que anima en el Centro de Competencia en Comunicación (“3C” para lo amigos) de la Fundación Friedrich Ebert, cuya sede es Bogotá o cualquier lugar donde se posen los pies de Omar. 

Meses atrás Omar Rincón me había pedido responder a algunas preguntas sobre televisión comunitaria para este libro. Confieso que luego de enviar mi texto había olvidado el tema pero no Omar, que nunca quita el dedo del renglón y siempre está listo para sorprendernos con las actividades que empieza y lleva siempre a buen término.

Mi contribución es mínima cuando reviso la lista de los 32 autores reunidos bajo el mismo techo y recorro las 331 páginas de sus textos. Los análisis que hacen de la televisión comercial son enriquecedores, aun cuando yo no esté de acuerdo con algunas apreciaciones que a mi juicio pretenden salvar lo insalvable de la televisión actual. Lo importante, como se dice al principio del libro, es que este es “un texto de autores, o sea con ideas propias y pocas citas”.

La sección introductoria del libro empieza con un delicioso prólogo de Omar Rincón sobre la televisión que “todos amamos en privado y odiamos en público”, y contiene en la sección “Discursos de la tele” ensayos de Jorge La Ferla, Belén Igarzábal, Lorenzo Vilches, Arlindo Machado y Marta Lucía Vélez, y el propio Omar Rincón, que nos ayudan a situarnos en el mundo de la televisión latinoamericana, que no es homogéneo a pesar de que las pantallas de la TV satelital sean iguales en todos los países. El texto de Igarzábal con los 27 puntos sobre la televisión pública me pareció orientador.

La segunda sección, “Preguntas para un paisaje de la televisión latina”, incluye las reflexiones de 19 autores sobre la televisión en sus países, lo que permite tener una visión de conjunto muy útil. Quizás porque conozco a algunos de los autores y porque he vivido muchos años en sus países (Nicaragua, Guatemala, México) he leído con especial interés los textos de Guillermo Rothschuh y su agudo análisis sobre la concentración de canales de televisión en manos de la “familia presidencial” Ortega-Murillo; Evelyn Blanck sobre la abusiva y omnipresente mano de Ángel González en los medios guatemaltecos;  y Gabriel Sosa que es uno de los que mejor conoce el panorama mexicano y la hegemonía de Televisa, que se extiende sobre la política nacional. Además del capítulo boliviano, muy acertado, que escribió Álvaro Hurtado, no he obviado los demás “paisajes” que también conozco por haber visitado con cierta frecuencia los otros países reseñados, ni el análisis de conjunto que escribió Laura Rojas.

Finalmente la tercera sección, “Especiales: donde la televisión se hace otras”, en la que se encuentra mi contribución, reúne reflexiones sobre espacios que podrían enriquecer a la televisión de nuestra región: las iniciativas de TV comunitaria y pública, el potenciamiento de las redes de distribución (el caso de TAL, descrito por Paula Corrêa), el desarrollo del documental, entre otros. Me interesó en especial –y a pesar del lenguaje “posmodernista”- el texto de María Luna sobre las “heterotopías documentales” y la creación de “comunidades de sentido” en los márgenes.   

Las tres secciones del libro se articulan de la siguiente manera:

La televisión es el medio más popular, más masivo, más usado y más significativo de América latina. Y lo seguirá siendo por mucho tiempo más.  La televisión es un medio audiovisual de masas que trabaja sobre la lógica del entretenimiento y produce conversación social, industria, dinero y poder.  La televisión es una serie de discursos que están aburridos de obviedad y deben innovarse para comprenderla de nuevo y de otras formas, para asumirla no solo como industria e imperio y bazofia sino sobre todo como máquina cultural, semiótica y popular que aún tiene mucho que decir sólo que no hemos encontrado los discursos para pensarla (página 256).

La edición es cuidadosa, cada sección tiene su introducción correspondiente, el lector recorre las páginas como guiado en un espacio de pensamiento del que puede apropiarse para contribuir con sus propias ideas a la reflexión sobre televisión.

Es extraordinario todo lo que ha publicado Omar Rincón en años recientes, y aún más extraordinario es poder contar con todas esas publicaciones de manera gratuita en la página web del Centro de Competencia en Comunicación que es de visita obligatoria. 

Debo decir algo antes de terminar: todos los que escriben en este libro ven mucha más televisión que yo. Confieso que le dedico muy poco tiempo a la pequeña pantalla, en el peor de los casos un promedio de 10 horas semanales. Los noticiarios no me dicen nada nuevo y repiten mucho. Los opinólogos me aburren. Muy rara vez hay algún documental o entrevista que me atrapa durante una hora. Soy incapaz de encadenarme a una serie durante 13, 26 o 52 semanas un día preciso a una hora precisa. Si lo hiciera me sentiría un esclavo perfecto.

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El grave mal de la televisión es que no tiene nada qué decir:
mil señales y nada que decir:
24 horas de nada:
el vacío de sentido.

                                      —Omar Rincón