13 noviembre 2013

Testimonios con Gregorio

Ha pasado un año, un poco más, desde que murió Gregorio Iriarte el 11 de octubre de 2012. A fines de julio de 2013 los amigos de Gregorio Iriarte nos reunimos en La Paz para acompañar a Marta Orsini en la presentación de su libro Gregorio Iriarte. OMI ¿Quién fuiste y qué dicen de ti?, sin sello editorial, publicado por la autora como un homenaje de amistad. Lo comento ahora no solamente porque hay un testimonio mío en la obra, sino porque es uno de esos libros que no llegan a uno, sino que hay que ir a buscarlos. Y solamente se puede buscarlos si se sabe que existen. Es más, a quienes quieran adquirirlo, les sugiero escribir a Marta Orsini

En un tiempo récord (lo cual explica pero no condona la abundancia de erratas) Marta convocó a más de 80 personas para que brindaran su testimonio. El libro incluye a aquellos que conocieron a Gregorio cuando recién llegó a Argentina y Uruguay desde Navarra, su tierra natal (esa primera etapa que duró 14 años), y a quienes lo frecuentaron desde que llegó a Bolivia en 1964 para trabajar primero en el centro minero de Siglo XX, luego en La Paz y finalmente en Cochabamba, donde escribió la mayor parte de su obra.

Marta Orsini recoge en  236 páginas testimonios de primera mano y anécdotas que permiten armar las diferentes facetas de la personalidad de Gregorio Iriarte. Periodistas y trabajadores de las radios mineras y de Radio Pío XII, familiares, curas y monjas, dirigentes sindicales y políticos, luchadores de los derechos humanos y, por supuesto, amigos y admiradores, ofrecen su testimonio sobre este gran hombre de fe y compromiso social cuya trayectoria me hace recordar un verso de Whitman: “Soy grande, contengo multitudes”.

Aprendemos mucho sobre Gregorio, porque de testimonio en testimonio vamos armando un rompecabezas que reconstruye la vida de ese ser grande y humilde, que no hablaba mucho de sí mismo, pero que en la suma memoriosa de sus amigos aparece de cuerpo entero. Marta Orsini ha realizado una labor de detective para incluir probablemente a todos los que podían ofrecer anécdotas y relatos. Al final tenemos una narrativa completa, que cruza varias fronteras y varias décadas para dibujar el itinerario de vida de Gregorio Iriarte. El libro ofrece los materiales en bruto, sin organizarlos, y quizás en ello radica su mayor valor testimonial.

Marta Orsini, autora del libro
Gran lector y escritor compulsivo hasta el final de sus días, Gregorio era fundamentalmente autodidacta. Lo que sabía de sociología, de economía y de política lo aprendió leyendo y comprometiéndose a fondo con la realidad social boliviana durante los 48 años que permaneció en nuestro país, hasta su muerte. Era un gran comunicador porque sabía escuchar a los demás. Todos los testimonios rescatan su calidad humana, su humildad extrema, su absoluta identificación con Bolivia. Gregorio era tan o más boliviano que cualquiera de nosotros.

Mi relación con Gregorio fue episódica, nos veíamos en actividades desarrolladas por las organizaciones de derechos humanos, pero tuve que ver mucho con él cuando asesinaron salvajemente a Luis Espinal en marzo de 1980. Gregorio –que dirigía la Asamblea Permanente de Derechos Humanos (APDH), me encomendó coordinar un libro sobre nuestro amigo asesinado.

Pasé varias semanas encerrado en el dormitorio de Lucho Espinal, contiguo al de Xavier Albó en la casa que ocupaban en Miraflores, revisando sus papeles, sus fotos y sus archivos repletos de artículos, cartas y guiones de cine. Pedí a algunos amigos de Espinal que escribieran sobre él. El capítulo “El compromiso del periodista” lo escribió Antonio Peredo; el de Lucho y la religión, “Su vida con Dios”, lo escribió Xavier Albó; el del secuestro y asesinato, “La hora de los asesinos”, estuvo a cargo de Gregorio Iriarte y yo escribí la introducción “Trayectoria del hombre” y el capítulo sobre la actividad de Espinal como crítico y cineasta, “Un hombre de cine”.

Terminé rápidamente el libro así como la selección de textos y fotos de Lucho Espinal, e incluso el diseño de la portada y contraportada. Le entregué el resultado a Gregorio, pero en eso vino el golpe militar de García Meza en julio de 1981 y muchos tuvimos que pasar a la clandestinidad y salir del país. Gregorio se encargó de que el libro fuera publicado meses más tarde en Lima, con el título Luis Espinal, el grito de un pueblo (1981), que por razones de seguridad salió sin los nombres de los autores. Una segunda edición se publicó en España un año después con el título Lucho Espinal, testigo de nuestra América (1982).   

Gregorio era un hombre de médula solidaria y con una ética y una moral de hierro, aunque decir esto es una perogrullada tratándose de quien se trata: todos los saben. Vivió su fe católica de la manera menos dogmática, anteponiendo en todo momento las necesidades y aspiraciones de la colectividad y de las personas. 

Escribía compulsivamente, “no se dormía sin haber terminado un artículo”. En una veintena de libros y centenares de artículos desarrolló su amplio conocimiento crítico sobre la deuda externa, sobre educación, sobre religión y otros temas de economía y sociedad. Con Xavier Albó, Eric de Wasseige y otros, hizo el informe y luego libro sobre La masacre del valle (1975) durante la dictadura de Bánzer. En el Comité de Resistencia Antifacista, en París, hicimos una reedición del libro de 86 páginas. Su libro más conocido, Análisis crítico de la realidad (1983) alcanzó 17 ediciones.

Hasta pocas semanas antes de su muerte Gregorio solía enviarme por correo electrónico sus columnas periodísticas. Empecé a preocuparme por su salud cuando en la prensa aparecieron noticias de los homenajes que le estaban haciendo en Cochabamba. Eso suele suceder siempre demasiado tarde. Despedidas fútiles que comienzan cuando alguien enferma.

La Universidad Católica Boliviana de Cochabamba le concedió el doctorado honoris causa gracias a una gestión iniciada por el Rector Alfonso Vía Reque, quien se topó durante siete meses con la burocracia indolente de esa universidad. El rector hizo el pedido en febrero, pero recién el 11 de septiembre se le entregó a Gregorio el reconocimiento, cuatro días después de que lo hubiera hecho la Universidad Mayor de San Simón. La Fundación UNIR le otorgó el Premio Nacional de Cultura de Paz “Ana María Romero de Campero” por su labor en Defensa de la Libertad de Expresión y Derechos Humanos. Recibió un trofeo elaborado en cerámica por Lorgio Vaca y declaró con humor: “Estoy un poco delicado de los pulmones, pero ya me estoy mejorando”.

Hay una escena que no voy a olvidar porque de ella conservo un testimonio fotográfico excepcional. Era el jueves 18 de enero de 1979, en La Paz, días, semanas y meses de mucha agitación política en Bolivia. Desde un balcón sobre la Plaza Venezuela varios dirigentes sindicales, entre ellos René Higueras (magisterio), Luis López Altamirano (fabriles), Víctor López (mineros) y Casiano Amurrio (campesinos), dirigían sus fogosos discursos hacia una gran concentración de la COB que se apretujaba abajo con pancartas en las que se leía, entre otros lemas, “Fuera el ejército de las minas”.

Tomé varias fotos de los dirigentes junto a quienes me encontraba en el balcón, y otras más de la multitud que bullía abajo. Esa misma noche, mientras revelaba y ampliaba los negativos en mi laboratorio, descubrí varios rostros de amigos en medio de la muchedumbre que había fotografiado durante el día. Resplandecía con su propia luz el rostro de Luis Espinal, así como la calva reluciente y la sonrisa amplia de Xavier Albó, rodeado de otros amigos luchadores de los derechos humanos, entre ellos Gregorio Iriarte, un poco escondido en la parte de arriba de la fotografía, con lentes oscuros.

La última vez que chateamos fue el 10 de septiembre de 2011, renovando la promesa de vernos en Cochabamba, algo que no pudo ser. Hay citas a las que uno siempre llega tarde. Sin embargo, el mejor homenaje que podríamos hacerle ahora a Gregorio es leer y difundir lo que escribió, así como esta obra de Marta Orsini que preserva su memoria.

De por sí soy un lector lento, pero esta vez lo he sido aún más para leer el libro que Marta Orsini le dedica a Gregorio. He querido recorrer los testimonios en detalle, pero debido a esa misma lectura pausada y a mi deformación profesional, he constatado que el libro está plagado de erratas que un corrector de pruebas podía haber corregido.

La ventaja de publicar un libro de manera independiente es que el autor controla la difusión de su obra personalmente, pero la desventaja es que las ediciones pueden ser precarias y la distribución muy limitada. 

Los editores profesionales saben hacer libros, por ello los autores les confiamos esa tarea. Tampoco le favorece a esta estupenda colección de testimonios que todo el texto y las fotos (salvo algunas) hayan sido impresos con tinta sepia. Las fotos reproducidas en formato pequeño apenas permiten distinguir a los personajes, sobre todo cuando se trata de grupos.

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Eres como un árbol
puesto en el camino
para dar sombra al caminante.

—Marta Orsini