25 agosto 2015

Fatiha

Cuando los amigos mueren, la memoria se activa como un resorte. Ahora le tocó el turno a Fatiha Rahou, mi amiga argelina, artista plástica y compañera de Théo Robichet, cineasta. Théo me envió esta mañana desde París un sereno mensaje de dolor: J'ai la triste nouvelle de t'annoncer la mort de Fatiha - Elle a fait une hémorragie cérébrale -ses funérailles ont eu lieu en Bretagne. Je t'embrasse très fort.

Con ambos tengo una larga historia de amistad y cariño, que se remonta a principios de la década de 1970, cuando los conocí cuando el exilio me llevó a Francia. La amistad con Théo estuvo mediada por el cine, y el cariño que establecí con Fatiha por la pintura. Théo cineasta militante, fue el primero que se lanzó a Chile para documentar el golpe de Pinochet en 1973. Siempre estuvo con las causas justas, en Palestina o en Nicaragua, allí donde había que estar para mostrar un punto de vista solidario y comprometido.

Fatiha ejercía otro tipo de transparencia: pintaba sobre vidrio, una antigua técnica que había rescatado y llevado a un extraordinario nivel de delicadeza y sensualidad. Para ser más preciso, Fatiha pintaba detrás del vidrio, lo cual significa que desarrollaba sus obras en el sentido inverso de como se ejecuta normalmente la pintura sobre lienzo: primero pintaba los detalles más finos, y al final los fondos. De adelante para atrás, y no al revés.

Compartíamos con Fatiha y con Théo el gusto por el erotismo. La sensualidad de la pintura de Fatiha estaba inspirada en aquellos cuentos y leyendas del mundo árabe que llenan las mil y una noches de nuestro imaginario colectivo. Los colores vivos de los personajes y de los paisajes, las escenas de ensueño que representaba flotando detrás del luminoso vidrio, sus mujeres sensuales y desnudas, ejercían sobre mi una fascinación especial. 


La magia de la pintura de Fatiha rebalsaba sus cuadros y ocupaba otros espacios en el departamento donde vivían en Gennevilliers, a donde dirigí mis pasos tantas veces cuando los visitaba. Las sillas, las paredes, los adornos… quedaban contaminados por esos colores que estallaban frente a la mirada.

Una de las mejores fotos de mi serie “Retrato hablado” (1990) es la que tomé a Fatiha en marzo de 1989 en su taller. Aparece melancólica detrás de una de sus obras en proceso, con una parte del rostro cubierto por su abundante cabello rizado. La obra a medio hacer representa a una mujer árabe con una mirada directa y oscura. Fue imposible evitar que yo mismo me reflejara en el vidrio, de modo que la foto resultante es una especie de selfie de aquella época.  

Como todas las demás 49 fotografías de mi serie que se exhibió en la galería del Espacio Portales (Patiño) que entonces quedaba en el Prado (Avenida 16 de Julio) de La Paz el retrato de Fatiha está acompañado por un texto donde trato de capturar su personalidad y su arte: 

“Sensualidad y color.  La paleta de Fatiha Rahou, nacida en Argelia y radicada en París, sorprende por la riqueza de tonalidades y la magia de los temas.  Su libro Aïcha Kandicha reúne reproducciones de su obra más representativa, inspirada en los relatos de las culturas árabes.  Entre la historia y el sueño, Fatiha escoge temas de exquisita belleza y armonía.  Y lo hace rescatando una técnica de pintura sobre vidrio, o más bien detrás del vidrio, donde la luminosidad de los colores se hace carne en el cristal que sirve de soporte.  Magos de rostro azul, bellas y misteriosas mujeres de larga cabellera, aves de ensueño, cálidos desiertos y fuentes de agua azul que se confunden con el cielo, aparecen entre decorados de filigrana, arcos y columnas que nos transportan al mundo extraordinario de Las mil y una noches.  Delicadeza y sensualidad femenina se hacen arte”.

Debí hacer más énfasis en la palabra magia, porque es la que sobresale. En el humilde catálogo de mi exposición (que generosamente diseñó Carlos Villagómez, al igual que las tapas de otros libros míos), escogí solamente 17 retratos, de modo que allí quedó en la página central Fatiha, frente a frente con don Juan Lechín y acompañada en otras páginas por Jaime Sáenz, René Zavaleta, Jesús Lara y José María Velasco Maidana, entre los bolivianos, y Cantinflas, Ernesto Cardenal, Irene Papas y el “Indio” Fernández entre los internacionales.

Ese mismo año publiqué mi cuarto poemario, Sentímetros (1990), y pedí a once amigos pintores que escogieran los poemas que querían ilustrar con sus dibujos. Fatiha eligió “Alba”, “Tiempo”, “Señal”, “Cambio de piel” y “Noche” y trajo a mi libro con sus dibujos un soplo de aire del desierto. El dibujo que hizo para “Señal” es, por ejemplo, un ejercicio de caligrafía árabe.

Muchas veces estuvimos juntos, a solas o con otros amigos como Nicole y Pierre Kalfon. Nuestras veladas eran siempre intensas y llenas de evocaciones que las hacían demasiado cortas. La última vez que estuve con ellos fue el 3 de noviembre del 2011 y no pude resistir la tentación de comprar un pequeño cuadro de Fatiha, en el que aparece una pareja haciendo el amor.  Habibi, como le decía Fatiha a Théo con cariño, también se ha dedicado a pintar y me obsequió un cuadro suyo, igualmente sensual. Me regresé bien regalado.


El nombre de Fatiha está cargado de simbolismo y se puede leer en la apertura misma del Corán, en el primer sura: al-Fatiha es la apertura, la que abre, la que introduce. Es la madre del libro, le da nacimiento. 

Me está saliendo callo en el corazón de tanto ver pasar a los amigos muertos. Escribo sobre ellos porque es justo recordarlos, pero no puedo evitar el malestar.

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La muerte es una amante despechada,
que juega sucio y no sabe perder

—Joaquín Sabina