Colombia se viene preparando para la paz
desde que comenzó la violencia. Durante siete décadas ha vivido bajo presión
tanto desde Estado como desde los grupos armados violentos, lo que no ha
impedido que sea un país de extraordinaria vitalidad, donde las cosas se hacen
a pesar de la adversidad.
Se han fortalecido las organizaciones de
base, se multiplican proyectos y propuestas, y la sociedad civil en su conjunto
avanza hacia ese horizonte de paz que se mueve constantemente (como decía
Eduardo Galeano de la utopía: “sirve para caminar”). Siempre que estoy en
Colombia me contagia el optimismo y la capacidad de respuesta de los
ciudadanos, ajenos a cualquier pose plañidera.
Ahora que la utopía de la paz parece más
cercana, al menos en términos formales, los colombianos y colombianas se
interrogan sobre los efectos que puede tener la firma de documentos oficiales y
su impacto en la vida cotidiana. ¿Qué es lo que realmente puede cambiar? ¿Qué
puede mejorar? ¿Cómo abordar los desafíos de una nueva convivencia? ¿Cómo
actuar colectivamente a favor del desarrollo y los cambios sociales? ¿Cómo
encarar los temas de justicia?
Esta semana que termina, invitado a dar la
ponencia magistral en el I Encuentro Nacional de Comunicación Solidaria “Dejando
huella y pacificando territorios”. En San Gil, departamento de Santander, me
reuní con redes de cooperativistas colombianos interesados en debatir el tema
de la comunicación para la paz. Su himno alude, desde hace muchos años, a “la
paloma más blanca” clara señal de que la paz ha estado en su agenda desde hace
mucho tiempo.
El papel de la comunicación en Colombia
es fundamental en el proceso de reconstrucción del tejido social. Es un país en
el que abundan experiencias que están dejando una huella profunda en el proceso
de pacificar territorios.
He tenido el privilegio de conocer muchas
de esas experiencias desde hace una década. Recorrí regiones en conflicto como
el territorio el río Magdalena Medio para visitar la red de emisoras
comunitarias y con el apoyo en la producción de Amparo Cadavid, que conoce su país palmo a palmo, realizar una película documental, Voces del Magdalena (2006).
Tuve la oportunidad extraordinaria
recorrer ese caudaloso río en chalupa parando en cada una de las radios que
están en el camino de agua: primero San Vicente Chucurí, y ya sobre el río a partir de Barrancabermeja, Puerto Wilches, Simití, Santa
Rosa, Gamarra, Agua Chica, etc. hasta llegar a Mompox y luego subir a El Carmen
de Bolívar donde fue estremecedor y revelador conocer las acciones de
comunicación participativa que lleva adelante el Colectivo Montes de María, con
poblaciones de desplazados por la guerra.
En las alturas que rodean la ciudad de
Medellín he conocido las comunas tradicionalmente caracterizadas por la
violencia, donde ahora grupos de jóvenes llevan adelante procesos de
comunicación participativa a través de la elaboración de programas de radio,
publicaciones periódicas (Tinta Tres, Visión 8, Signos desde la 13), videos (Pasolini
en Medellín) y fotografía, entre otros. Son decenas de ejemplos de esa
comunicación comunitaria que le quita carne fresca a la guerra. Cada uno de
ellos vine trabajando por la paz y la convivencia desde mucho antes que se
pensara en las negociaciones paz.
En el oriente antioqueño, desde Río Negro
hasta Guatapé, he podido conocer de cerca procesos de comunicación y cambio
social derivados de los Laboratorios de Paz.
En Granada estuve en el “Salón del
Nunca Más”, un espacio de la memoria que mantienen las mujeres y familiares de
las víctimas de la violencia.
He escrito anteriormente en este espacio sobre todas esas experiencias vividas, una por una: el Salón del Nunca Más, las comunas de Medellín y sus multiples procesos comunicativos, el Proyecto Pasolini, las emisoras comunitarias del Magdalena Medio, el Foro Nacional de Comunicación Indígena, el Colectivo Montes de María, el Laboratorio del espíritu, y tantas otras que en cada viaje a Colombia tengo el privilegio de conocer.
También participé en el Foro Nacional de
Comunicación Indígena, en Popayán, hace tres años exactamente, en noviembre del
2012, donde las organizaciones indígenas se planteaban “reflexionar sobre
el sentido de la comunicación indígena, sus formas propias, así como los medios
y las tecnologías apropiadas; pensar el papel de la comunicación indígena
como eje transversal en los procesos organizativos y en todos los aspectos de
la vida comunitaria y colectiva en el territorio”. Los indígenas tienen muy
clara su posición y su papel en la defensa del territorio y no le hacen juego
ni al Estado ni a la guerrilla.
En agosto de este año participé en Cali,
en un evento organizado con poblaciones
afrocolombianas, el Encuentro de Comunicación y Patrimonio del Pacífico
Colombiano sobre “Comunicación, cambio social y construcción de territorio”.
Otro espacio importante que se ha abierto
para apoyar la reconstrucción de territorios de paz está constituido por las
emisoras universitarias. Colombia cuenta con una importante red de radios
universitarias que prueba que es mejor una universidad abierta a la ciudadanía,
que una universidad cerrada sobre sí misma, mirándose el ombligo. En agosto
pasado me invitaron a su XII Encuentro nacional en Cali: "Paz al aire, un aire para la paz". Colombia cuenta con una
importante red que me hace pensar que es mejor una universidad abierta a la
ciudadanía, que una universidad cerrada sobre si misma, mirándose el ombligo.
Cuando la universidad se cierra sobre sí
misma y levanta muros que la separan del resto de la sociedad, la radio suele
comportarse de la misma manera. La expresión “torre de marfil” se ha usado
tradicionalmente para referirse a esas universidades que consideran que están
por encima de la sociedad, como ciudadelas medievales del saber que miran desde
su atalaya a la ciudadanía de a pie.
La radio universitaria es tan
buena o tan mala como la comunidad universitaria a la que representa.
Puede ser una radio que se ocupa sobre todo de los temas académicos, para
acompañar la función
de enseñanza, o puede ser una radio que contribuye en la generación de
conocimiento nuevo (para cumplir con la segunda función primordial de las
universidades), y puede ser una radio que se proyecta sobre la sociedad. Si la responsabilidad de las
universidades no es solamente educar, la de las emisoras universitarias no es
solamente informar.
Todos los esfuerzos de comunicación para
la paz mencionados son los que conozco, pero hay muchos más, se cuentan por
miles, desde la sociedad civil pero también desde el Estado, que trabajan codo
a codo preparándose para el pos-conflicto, porque todo colombiano sabe que no
se acaban los problemas con la firma de los acuerdos de paz en La Habana.
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Se requieren
nuevas formas de pensar
para resolver
los problemas creados
por las viejas
formas de pensar.
—Albert Einstein