22 diciembre 2015

Museo de la memoria y tolerancia

¿Cómo se puede promover la tolerancia y cómo se puede revivir la memoria en un museo que pretende mostrar los horrores del genocidio? Es un desafío muy difícil de llevar a cabo porque conlleva riesgos técnicos y de contenido. El riesgo técnico es montar simplemente una muestra fotográfica, y el de contenido, escribir mensajes lastimeros. El resultado sería un museo del aburrimiento o de la angustia.

Conozco al menos dos museos que han superado con creces esa apuesta. Visité hace algunos años el Museo del Apartheid en Johannesburgo y me sorprendió su creatividad y su manera de hacer sentir la injusticia a través de una museografía inteligente y audaz. Por ejemplo, para entrar al museo, a uno le toca (como en la vida) una ficha de “blanco” o “negro”, y el recorrido está marcado por esa condición. A mi me tocó ser negro.

Otro espacio que me impresiona cada vez que lo recorro es el Museo de la Memoria y Tolerancia que se erige justo junto a la torre de la Secretaría de Relaciones Exteriores en uno de los lugares más prominentes de Ciudad de México, la Alameda. Ese dato no es menor, por el contenido del museo.  

Juegos olímpicos y masacre en México, 1968
Pocas veces he visto una mejor museografía, y eso que los mexicanos son expertos en ello. Solo la Ciudad de México cuenta con más de 120 museos, entre estatales y privados. El Museo de la Memoria y Tolerancia es uno de los más recientes ya que fue inaugurado el año 2010 y desde entonces es considerado uno de los diez mejores museos de México y ha obtenido más de veinte reconocimientos nacionales e internacionales.

Este museo no se visita, se vive. Su recorrido es una experiencia vital organizada para que los sentidos y la conciencia ingresen en una dimensión para muchos desconocida, sobre todo los más jóvenes. Aunque lo he recorrido tres veces en años diferentes, mi impresión es cada vez mayor cuando recorro el área de genocidio que comienza en el quinto piso y desemboco en el área de tolerancia en el primer piso. 

Todo el recorrido está planeado de manera que uno ingresa en el túnel de tiempo de los horrores cometidos por seres humanos que se convirtieron en monstruos. Lo primero que uno aprende es que no se puede calificar de “genocidio” a toda masacre de gente inocente.

Desde el primer paso en la primera sala, a uno lo embarga una sensación que no se disipa hasta salir nuevamente a la luz del día. Las puertas corredizas se cierran dejando a los visitantes en la oscuridad hasta que se enciende un árbol de pequeñas pantallas de video en las que se muestra un adelanto del recorrido.

Los horrores del genocidio nazi
La primera parte, como no podía ser de otra manera, muestra el genocidio cometido por los nazis, quizás el horror más documentado de todos y el que le dio al genocidio su definición conceptual y jurídica. Con la llegada de Hitler al poder, el holocausto se planificó meticulosamente en la conferencia de Wannsee como la “solución final”. Se aprende mucho a lo largo de esta muestra, y una de las cosas que queda clara es que el nazismo no fue obra de unos cuantos locos, sino que contó con el apoyo mayoritario de la población alemana.

La sistematización del exterminio masivo no tiene parangón. Las cámaras de gas funcionaban como una industria eficiente. El museo exhibe pertenencias de los judíos que fueron aniquilados, documentos sobre la persecución de homosexuales, comunistas, religiosos, discapacitados, artistas e intelectuales, sobre la quema de libros y hasta ha hecho el esfuerzo de traer de Alemania un vagón de tren original en los que se transportaba a los que iban a morir.  “Ahí donde se queman libros, al final se quemarán seres humanos”, había escrito el poeta Heinrich Heine un siglo antes.

Ruanda: exterminio entre hermanos
La responsabilidad de los aliados es señalada en esta parte de la muestra, cuando se pregunta: “¿Por qué Auschwitz no fue bombardeado?” A pesar de que sabían ya de la existencia de los campos de exterminio, los aliados prefirieron bombardear objetivos económicos y militares antes que salvar vidas destruyendo las cámaras de gasificación o las vías ferroviarias.

No es menos dolorosa y terrible la siguiente sección del museo, que muestra los horrores cometidos en Ruanda por los hutus contra los tutsis, a pesar de tratarse de una misma etnia. Aquí es importante conocer el papel de “central de genocidio” que jugó radio Mil Colinas con sus órdenes de “matar a las cucarachas”, y el no menos perverso del Consejo de Seguridad de la ONU que, una vez más, retrasó la intervención porque supuestamente no se ponía de acuerdo si había “genocidio”.

Camboya: dos millones de muertos 
Para contrarrestar la influencia política de Vietnam, los servicios de inteligencia de Estados Unidos crearon en Camboya un monstruo: los Jemeres Rojos comandados por Pol Pot, que asesinaron a todo el que sabía leer y escribir en nombre de una revolución agraria que no trajo sino muerte y desolación. Hasta usar lentes era una señal de “capitalismo”. Resultado: dos millones de muertos entre abril de 1975 y enero de 1979.

El único país de América Latina que tiene el espantoso “honor” de ser parte de este museo es Guatemala, por el exterminio sistemático de 623 poblaciones mayas en la marco de la política de “tierra arrasada” de las dictaduras militares de Romeo Lucas y Ríos Montt, que contaron con el apoyo de Estados Unidos, cuya ceguera es proverbial cuando trata de no ver las atrocidades de sus aliados políticos.

¿En qué idioma entenderemos la tolerancia?
El exterminio de los armenios durante la Primera Guerra Mundial (reconocido solamente por 21 países), el de los bosnios musulmanes en Srebrenica en la antigua Yugoslavia (donde los países europeos tuvieron enorme responsabilidad), y el de la población de Darfur donde las milicias del presidente sudanés Omar al-Bashir han asesinado a medio millón de personas y desplazado como refugiados a cinco millones, son otros casos que el museo recuerda y documenta.  

La segunda etapa del museo habla de la tolerancia, del reconocimiento del otro yo, de los estereotipos y prejuicios, del racismo y de la discriminación, de la no violencia y del altruismo, de los derechos humanos y de la situación en México.

Fecha fatídica: 2 de octubre de 1968
Sobre la actualidad mexicana el Museo de la Memoria y Tolerancia tiene el mérito de presentar una muestra temporal sobre los desaparecidos de Ayotzinapa, y vincular ese hecho a otros de violencia desde el Estado, como el 2 de octubre de 1968. No puede uno sino estremecerse frente a tanta evidencia que incrimina al actual partido gobernante, el PRI.

El episodio del 2 de octubre de 1968 fue fríamente planificado para destruir al movimiento estudiantil.  El museo le dedica un espacio de museografía estremecedora, con fotos documentales y objetos de los estudiantes atropellados y asesinados. Los visitantes pueden llevarse una copia del volante del Consejo Nacional de Huelga con las seis reivindicaciones que pedían los que manifestaron en forma pacífica.

Poco ha cambiado desde entonces en el oscuro aparato represor del Estado mexicano como lo prueban hechos recientes. En homenaje a los 43 desaparecidos de Ayotzinapa se ha dispuesto una sala iluminada de manera tenue, con un pupitre, unas flores rojas y un cuaderno abierto donde se lee: “Quisieron enterrarnos pero no sabían que somos semilla”. Detrás del pupitre las fotos de los 43 estudiantes mientras una grabación lee cada uno de sus nombres.

Ayotzinapa: siguen faltando 43 estudiantes
Los responsables de esta muestra temporal no han dudado en poner en evidencia al gobierno por sus investigaciones sesgadas y por su falta de voluntad por esclarecer los hechos de Ayotzinapa: “El Estado se ha debilitado por la ineficacia, la corrupción y la impunidad y, en consecuencia, ha perdido el control sobre la violencia y no ha atendido a las víctimas”.

La muestra está actualizada al punto que aparece un homenaje a Rubén Espinoza, el fotógrafo que registró las imágenes de las manifestaciones por el esclarecimiento de Ayotzinapa, y que fue asesinado junto a otras cuatro personas el 17 de julio de 2015.  Tanta sangre y tan fresca todavía.

No puede uno sino salir estremecido de este extraordinario Museo de la Memoria y Tolerancia, donde cada sala tiene su propio tratamiento museográfico.  “La fuerza del olvido permite que el crimen surja de nuevo. Por el contrario, la memoria sirve como instrumento de justicia y prevención”, reza un letrero a la entrada del museo.
____________________________________________
Los desaparecidos no desaparecen, ni desaparecerán
mientras estén vivos en la memoria
de quienes se reconocen en ellos.
—Eduardo Galeano