30 julio 2016

Alain Labrousse, amigo de Bolivia

6 rue Geoffroy St. Hilaire, París
Todo empezó en un departamento en el quinto piso del número 6 de rue Geoffroy St. Hilaire, en París, que habían alquilado a fines de los años 1960s y principios de los 1970s sucesivamente estudiantes y exiliados bolivianos (de acuerdo a mi amigo Jorge Otero: primero Miriam Paz, luego Gonzalo y Javier Paz, más tarde Eduardo Lorini, seguido de Jacques Trigo y Chicho Iturralde, y finalmente Jorge “Otichi” Otero y Luis Minaya).  En el edificio contiguo, en el número 8 de la misma calle, vivía Alain Labrousse con Elena, su pareja uruguaya. El departamento de los bolivianos pasó luego a manos de Alain cuando Jorge Otero regresó a Bolivia.
A principios de los años 1970 cuando lo conocí, Alain acababa de publicar el que sería en años siguientes su libro más traducido: Los tupamaros, el primero sobre el movimiento de guerrilla urbana en Uruguay. Pronto se construyó una firme amistad entre el intelectual francés solidario con América Latina y los vecinos bolivianos. 

Desde que desembarqué en la estación de Austerlitz a fines de 1972, nos veíamos con Alain frecuentemente y él compartía con nosotros, como uno más, la identidad de ser exiliados latinoamericanos. 


París era una hermosa ciudad para vivir como paria, ofrecía enormes posibilidades culturales y un espíritu renovado por la revuelta de estudiantes de mayo 1968. “Debajo de los adoquines, la playa”, decía un famoso grafiti. Se respiraba todavía esa sensación de libertad en una ciudad que había estado mucho tiempo sometida a la mediocridad de la vida cotidiana y del envejecimiento de su política. Yo me empeñaba en revisitar las calles y lugares que Cortázar mencionaba en Rayuela, novela emblemática para cualquier exiliado latinoamericano en París.

Otro motivo de mi identificación con Alain fue el cine. Armado con su pequeña cámara Súper 8, la ponía al servicio de las luchas sociales. Una de sus primeras películas fue un reportaje sobre la huelga de los limpiadores del metro de París, en su mayoría inmigrantes del norte de África: La grève des éboueurs de Paris, creo que se titulaba.

Para entonces yo estudiaba cine en el IDHEC, en Vincennes, en Nanterre y en la École Pratique con los mejores: los críticos cinematográficos de Cahiers du Cinema y Cinéthique, con Jean Douchet, con los cineastas Jean Rouch y Louis Daquin, con el historiador Marc Ferro, con Néstor Almendros, y otros que me hicieron ver que la primera pregunta que uno tiene que hacerse es: “¿para qué quiero hacer cine?”.

Con Jaime Galarza y Philip Agee en 1975
Alain lo tenía muy claro y era eficiente y rápido en los documentales y reportajes que elaboraba en Súper 8. Recuerdo cuando entrevisté a Philip Agee, el ex agente de la CIA, que estaba de paso por París, para mi largometraje Señores generales, señores coroneles. Con ayuda de mis colegas del IDHEC monté el escenario con luces, una cámara Éclair de 16mm, sonido con Nagra IV, y filmé probablemente dos rollos (20 minutos) de los cuales utilicé apenas dos o tres minutos. En eso llegó Alain Labrousse con su cámara Súper 8 y le dijo a Philip: “¿puedes decirme lo mismo que le dijiste a Gumucio, pero en tres minutos?”, y Agee se las arregló para hacerlo.

Alain Labrousse y Alain Mesili durante la filmación de La huelga de hambre
Alain animó Audiopradif, un colectivo de cineastas creado en 1977, que llegó a producir y/o distribuir cerca de 40 títulos, la mayoría en cine Súper 8. Visitó Bolivia muchas veces y en 1978 lo ayudé como asistente de dirección en dos películas documentales que hizo en las minas. Lo de “asistente de dirección” suena grande, pero en realidad en el equipo éramos él y yo… (y ocasionalmente alguien para sostener el micrófono). Así realizamos La huelga de hambre de las mujeres mineras y Elecciones sindicales en Viloco. Alain Mesili ayudó con la grabación de sonido.

En Perú filmó Waraka, la resistencia indígena en los Andes. Su trabajo de guerrillero del cine, armado de una pequeña cámara, fue inspirador para mí en una época en que el video estaba recién naciendo, precariamente, y el Súper 8 era una alternativa accesible y ágil para hacer cine.

A pesar de esas incursiones en el cine, como activista más que como cineasta profesional, Alain era un sociólogo que investigaba en profundidad y un escritor profesional cuyos libros se tradujeron a muchas lenguas.

Publicó más de una docena de ensayos, la mitad dedicados a América Latina, como Los Tupamaros (1971) que tuvo traducciones al griego, italiano, castellano, portugués e inglés entre otros idiomas, El experimento chileno, reformismo o revolución (1972) que puede leerse en línea, Argentina, revolución y contra-revoluciones (1975), Sur les chemins des Andes, à la rencontre du monde indien (1983), Le réveil indien en Amérique Latine (1985) dedicado a Rigoberta Menchú y a Genaro Flores, y junto a Alain Hertoghe Le Sentier lumineux du Pérou: Un nouvel intégrisme dans le tiers-monde (1988), entre otros que se ocupan de la realidad política de nuestra región y de la emergencia de los movimientos indígenas.

La otra parte de su producción comienza en 1990 cuando funda el Observatorio Geopolítico de las Drogas, un organismo internacional que dirigió durante diez años y que le permitió ir hasta el fondo de un tema espinoso que afecta a todos los países productores, consumidores o de tránsito. Son fruto de esa experiencia varios libros, como La droga, el dinero y las armas (1991), Atlas mundial de las drogas (1997), Dictionnaire géopolitique des drogues (2002), Géopolitique des drogues (2004),  Afghanistan, opium de guerre, opium de paix  (2005). Ya antes había publicado con Alain Delpirou Coca Coke (1986), que muestra su cercanía a la problemática boliviana y el impacto internacional. Además, numerosos artículos especializados, algunos de los cuales se pueden encontrar en línea

Alain entrevistando a Simón Reyes en La Paz
Nuestros itinerarios se cruzaron primero en París, luego muchas veces en Bolivia e incluso en Nigeria. 

En Bolivia estuvo muchas veces. Solidario con la resistencia a la dictadura de Bánzer se vinculó a dirigentes mineros como Simón Reyes y a las mujeres que llevaron adelante la huelga de hambre que marcó el fin de la dictadura en 1978. Luego, su compromiso con el mundo indígena, que derivó en varios libros sobre las culturas andinas, producto de sus itinerarios por Bolivia, Perú y Ecuador. Finalmente, su interés en investigar el tráfico de drogas y en particular de la cocaína. En esta entrevista (en francés) habla de esas investigaciones y de las implicaciones geopolíticas del tráfico de drogas.

En el marco del Observatorio me visitó en 1994 cuando yo trabajaba para Unicef  en Lagos, ciudad que era el centro de tránsito de la droga que llegaba de Asia y de América del Sur para seguir camino a Europa y a Norteamérica. Hay nigerianos presos por narcotráfico en todas las cárceles del mundo. Lo alojé en casa y cada noche regresaba de sus investigaciones alarmado por lo que había logrado descubrir.

Después de su experiencia con el Observatorio, Alain volvió nuevamente su mirada hacia América Latina, particularmente hacia Uruguay donde había vivido dos años cuando era un joven profesor de colegio. Se interesó en el proceso democrático que llevó al poder a José Mujica, y poco antes de ello publicó Una historia de los tupamaros (2009) y un número especial de la revista Problèmes d’Amérique Latine: L’Uruguay gouverné a gauche (Uruguay gobernado por la izquierda, 2009).

Café Le Rouquet, en el boulevard Saint Germain
La última vez que nos vimos fue en el Café Le Rouquet en el Boulevard St. Germain, en París.  Alain llegó primero y Margit Vermes, su pareja de más de tres décadas, se sumó para almorzar juntos.  Alain caminaba con dificultad por una operación en la cadera pero estaba, como siempre, con el espíritu alto. Después de ese encuentro, el resto fue por teléfono o por Skype. Incluso durante alguna visita fugaz que hice a París, cierto pudor por su intimidad me impidió visitarlo.  

Con enorme tristeza recibí de Margit la noticia de su fallecimiento en París, el 7 de julio reciente, al cabo de una larga enfermedad.
______________________________________________ 
La pobreza es la ausencia de todos los derechos humanos.
Las frustraciones, hostilidad e ira generadas por la pobreza
no pueden sostener la paz en ninguna sociedad.
—Muhammad Yunus

(Una versión más corta se publicó en el diario Página Siete el domingo 17 de julio 2016)

22 julio 2016

Cada 150 años…

Nunca confié en Evo Morales. Antes de que el líder cocalero asumiera por primera vez las varias presidencias que ha acaparado con la Constitución o sin ella, escribí manifestando mi escepticismo hacia un personaje que no me parecía transparente. Las confidencias de amigos masistas que en ese entonces lo rodeaban, confirmaron que era un personaje esquivo e impredecible.

Siempre me pareció una persona taimada, dispuesta a dar el zarpazo sin medir las consecuencias, alguien que piensa sobre todo en sí mismo antes que en los demás, contrariamente a lo que proclama, porque ya se sabe: quien proclama demasiado esas cualidades es porque no las practica. Aquel que está realmente al servicio de los demás no necesita decirlo, se nota.

Nunca me gustó su doble juego cuando era opositor en las calles y en el congreso. A ningún gobierno le dio ni un mes de respiro, y ahora dice que diez años no son suficientes. Uno de sus colaboradores próximos, ya fallecido, me decía que no se podía confiar en su palabra: acordaba una cosa y una hora más tarde salía públicamente a negarlo.

Es sagaz, astuto y enfermo de egolatría y megalomanía. Nada de eso lo hace un ser humano dotado de valores. Astutos y oportunistas hay muchos, pero no todos lleguen a la presidencia vendiendo una imagen de lo que no son: respetuosos de la madre tierra, de los derechos humanos, de los indígenas, de los recursos naturales, etc. Puro discurso.

Entonces, cuando una de sus colaboradoras más serviles y ambiciosas dice que un líder como Morales nace cada 150 años, uno tiende a estar de acuerdo con ella, pero por razones opuestas, añadiendo las características personales señaladas anteriormente, que me hacen pensar en los excesos y la soberbia de Melgarejo, ni siquiera en Barrientos que por comparación era un niño de pecho.

¿Cuáles son las cualidades que lo han convertido a ojos de sus acólitos en una especie de semidiós? Su autoritarismo, su verticalismo, su soberbia, su megalomanía, su manía persecutoria… y por supuesto su “dejar hacer” y hacerse el que “no sabe”, lo que ha permitido que muchos se enriquezcan usando su efímero poder en el tráfico de influencias, contratos directos sin licitación ni estudios previos, prebendalismo generalizado, y todo lo que sabemos.

¿Qué méritos se le atribuyen en su accionar político? Reconozco su capacidad de acomodarse de manera oportuna, de cambiar de posición cuando se da cuenta de que no puede seguir empecinado en alguna de sus posturas.  Es como Marx, pero como Groucho: “Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”.

Por ejemplo, en el tema de las autonomías.  Durante años se opuso a ellas de manera acérrima y se enfrentó a los departamentos. No tenía pisada en Santa Cruz ni en Chuquisaca ni el Beni. De pronto se convirtió en campeón de la autonomía y se metió en el bolsillo a quienes antes decían, como Percy Fernández con su acento camba: “A ejte hay que bajarlo”.

Algo parecido sucedió con el gran triunfo de la demanda marítima. En los tres primeros años, en su discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas ni siquiera mencionó la reivindicación marítima. Durante ocho años se hizo dar “atole con el dedo” por los chilenos en negociaciones bilaterales hasta que era evidente que de ese limón no iba a salir ni una gota. Y entonces recuperó con astucia las propuestas de otros para sentar una demanda en La Haya.

Hay otros ejemplos de cómo en sus diez años de gobierno y en los diez años previos de opositor dio giros y volteretas políticas para adecuarse a los nuevos vientos: de nacionalizador a neoliberal, de defensor de los derechos humanos a represor, de sindicalista a corruptor de sindicatos, de anti-autonómico a campeón de autonomías…

Pero si vemos los rasgos que hacen de un líder un hombre excepcional, no encontramos ninguno.  No es hombre honesto, no es un líder que pregone con el ejemplo, no es alguien que destaque por su inteligencia o por la articulación de sus ideas. De lo que realmente piensa conocemos tan poco como de Kim Il-sung. Solo sobresale su imagen engalanada y cubierta de adulación.

__________________________________________  
Cuando se tiene cierta moral de combate, de poder,
hace falta muy poco para dejarse llevar,
para pasar a la embriaguez, al exceso.
Marguerite Duras


  (Publicado en Página Siete el sábado 16 de julio 2016)  

19 julio 2016

El camino de Amparo

El camino de Amparo Carvajal es probo, diáfano e imperturbable a pesar de las sinuosidades que ha tenido que caminar en más de 45 años de incansable lucha por la justicia social. Si ahora da sus pasos con cierta dificultad, no ha dejado de avanzar ni ha perdido ese lenguaje corporal de niña inquieta y revoltosa que conocí hace tantos años en las laderas de Pasankeri, donde trabajaba con mujeres de bajos recursos.

Amparo, monja leonesa de las Mercedarias Misioneras de Bérriz, tuvo su bautizo político cuando se fue a trabajar al país vasco durante la época terminal del franquismo. Novena en un rosario de trece hijos, con un padrino republicano, estuvo en Bilbao soliviantando niñas de los barrios pobres y aprendiendo euskera cuando el sólo hecho de hablar la lengua del país vasco era motivo para ser perseguido. Pero ese trabajo político le quedó chico, quería más mundo, y aterrizó en Bolivia, para siempre.

Llegó a principios de la dictadura de Bánzer, tenía menos de 30 años de edad y no tardó en vincularse a los movimientos solidaridad y de lucha por los derechos humanos. Trabajó con los presos políticos y con las familias de estos, a las que no se les permitía visitarlos. Ella negociaba con los ministros de gobierno, conseguía permisos, introducía en la cárcel cartas y comida para los detenidos políticos que habían sufrido vejaciones y tortura, como era el caso de los militantes del ELN.

Xavier Albó y Amparo Carvajal
La represión de la dictadura nos acercó. Por entonces yo estaba exiliado en París, requerido por el “departamento de estadística” del Servicio de Inteligencia del Estado (SIE) mediante oficio No. 434/11, y no pude regresar hasta 1975 cuando mi padre enfermó. Entré por la frontera peruana y permanecí algunas semanas en La Paz con un perfil bajo, reuniendo información para una película documental.

En ese viaje traje dinero que el Comité Boliviano de Resistencia Antifascista había recaudado para los presos de la dictadura, y se lo entregué a Amparo y a otro amigo, Eric de Wasseige, cura dominico belga de trayectoria impecable en favor de los bolivianos más necesitados, fundador de Justicia y Paz, organización que antecedió a la actual Asamblea Permanente de Derechos Humanos (APDH). En Justicia y Paz estaba también Gregorio Iriarte, y colaboré con ellos en la producción de una de las ediciones del folleto sobre La masacre del valle que tuvo lugar en 1974.

Fachada de la UMSA
Amparo ha permanecido junto a la gente más necesitada de justicia en los momentos más difíciles, y ha tenido que enfrentar también el exilio, recorriendo otros países de la región que en esos años sufrieron la seguidilla de los golpes militares, como Chile en 1973 y Argentina en 1975.

Junto a Luis Espinal, Eric de Wasseige, Xavier Albó y otros extraordinarios seres humanos que hicieron de la religión un compromiso social inquebrantable, Amparo era también parte de la asamblea del semanario Aquí, que fue nuestro bastión como periodistas progresistas hasta que el exilio nos apartó de esa aventura editorial y política.

Todo esto me viene a la memoria de manera fragmentaria ahora que Amparo Carvajal ha sido elegida presidenta de la Asamblea Permanente de derechos Humanos (APDH), desafío que ha aceptado con entusiasmo y esa decisión de hacer bien sin mirar a quien que la ha caracterizado a lo largo de su vida.

No fue fácil llegar allí, porque en años recientes el “gobierno del cambio” de Evo Morales trató de doblegar y de dividir a la Asamblea Permanente de Derechos Humanos, creando organizaciones paralelas y sobornando líderes, como ha hecho con movimientos sociales y sindicatos. Amparo no tiene pelos en la lengua para denunciarlo, como lo hizo en esta entrevista con Amalia Pando a raíz de la intervención de la policía en el congreso de la APDHB en enero del 2014. 

Consecuente con lo que ha predicado a lo largo de su vida, Amparo ejerce una implacable crítica cuando se refiere al manejo deplorable de los derechos humanos que hace el gobierno de Evo Morales, cuyo discurso sobre la democracia hace aguas por todos los costados. Amparo sabe con quienes trata, conoce al líder cocalero desde que se inició en el sindicalismo, conoce también al vicepresidente García Linera, a quien visitaba en la cárcel, y al ministro de la Presidencia Juan Ramón Quintana.

Cara a cara con la policía
No esconde su decepción cuando dice que esperaba mucho más de ellos en la defensa de las libertades y derechos, y no solamente aquellos que tienen que ver con las violaciones más obvias, sino con el derecho a la salud, al trabajo o a la educación, que ella como profesora considera una prioridad que el gobierno del MAS no ha encarado con seriedad.

Ha reclamado incansablemente por los medios y por los periodistas perseguidos y hostigados por el gobierno de Morales, ha denunciado los casos flagrantes de violaciones de derechos humanos, como Chaparina, Caranavi y Apolo. Una “gran tristeza” la invade al constatar que el gobierno mantiene una posición indolente, intransigente y altanera, que el sistema de justicia está manipulado por el ejecutivo y que en estos diez años de gobierno hay presos políticos, exiliados o perseguidos judicialmente sin fundamento legal.

El miércoles 13 de julio, los amigos de Amparo organizaron un homenaje en el paraninfo de la Universidad Mayor de San Andrés, en presencia del rector Waldo Albarracín. Ahí se podía constatar el inmenso cariño que le tienen a Amparo todas aquellas familias de Pasenkeri, de El Alto y de otros sectores donde ha trabajado durante décadas.

Llegué temprano para saludarla y conversar con ella antes de que empezara el acto. Vi cómo ingresaban al paraninfo de la UMSA familias enteras, le traían ramos de flores y la abrazaban con sincero cariño y agradecimiento. Mujeres, adultos mayores, niños, a los que ella saludaba por sus nombres, porque son parte de una extensa familia que ha ido construyendo a lo largo de varias décadas en que se fue quedando cada vez más alejada de su familia original leonesa.
 
Homenaje en el paraninfo de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), en La Paz
Esperaba a todos cerca de la puerta de entrada al salón, emocionada tanto como aquellos que ingresaban en grandes grupos que se habían dado cita para acompañarla en el homenaje. Amparo recorría el pasillo de ida y vuelta, excitada y energizada por los reencuentros, era evidente que disfrutaba al ver tantas personas llenando el paraninfo, convocadas por su nombre.

“Tus bases están todas aquí”, le comenté en un momento en que pudimos sentarnos juntos, y me respondió emocionada, en su típico hablar atropellado e impaciente, que nunca se había sentido tan reconocida, y no se refería solamente a su elección a la cabeza de la principal organización de derechos humanos de Bolivia, sino al afecto que todos sus amigos, de muchos ámbitos de la sociedad boliviana, le demostraban esa noche.

Menea la cabeza y no escatima epítetos para referirse a la situación política de este país que también es el suyo, con tanto o más derecho que la mayoría de los bolivianos. “Callar es lo mismo que mentir”, dice, y me recuerda a Luis Espinal porque tiene el mismo temple, la misma bondad pero a la vez la misma capacidad de indignación.
________________________________________
A menudo es en el nombre de la integridad cultural, así como la estabilidad social y la seguridad nacional que las reformas democráticas sobre la base de los derechos humanos son resistidas por gobiernos autoritarios.   —Aung San Suu Kyi 

10 julio 2016

Entrar afuera salir adentro

En París, 20 de septiembre de 2009
Parece increíble que la obra de Carmen Perrin sea prácticamente desconocida en Bolivia, cuando se trata de una artista boliviana que destaca internacionalmente desde hace varias décadas con una obra consistente, madura y sobre todo de permanente búsqueda.

Perrin no se ha estancado en ningún nicho de confort redituable, como hacen muchos artistas que encuentran una veta y la explotan hasta agotarla y al mismo tiempo agotar su potencial creativo. Por el contrario, Carmen ha elegido el camino de los desafíos y gracias a ello ha logrado desarrollar en paralelo por una parte su obra más personal en pintura, escultura e instalaciones, y por otra su obra pública monumental que no deja de sorprendernos por sus dimensiones y su capacidad de transformar espacios.

Prueba de ello es el libro Entrer dehors sortir dedans (Entrar afuera salir adentro), una edición magnífica por su contenido y por su factura, que constituye una suerte de retrospectiva de una obra compleja en sus múltiples lecturas y ambiciosa en su proyección estética.

Fue para mí un desafío muy especial escribir el prólogo de ese hermoso libro-objeto publicado en Francia, que condensa quince años de trabajo artístico. Carmen me pidió generosamente que yo escribiera sobre su obra y lo hice con la humildad de quien se aproxima al arte con los sentidos más que con afilados instrumentos de conocimiento crítico.

Entrer dehors sortir dedans, 15 años de producción artística
El libro fue publicado por la Asociación de Amigos de Carmen Perrin en ocasión de una gran exposición retrospectiva que tuvo lugar en la Casa de América Latina en París, del 7 de marzo al 16 de mayo de 2015. Solo artistas de esa magnitud se hacen merecedores de exposiciones retrospectivas tan completas y complejas, con un catálogo que es en sí una obra mayor.

La retrospectiva de Carmen es el resultado de un trabajo que involucró numerosas personas e instituciones, entre estas últimas las fundaciones Sandoz, Ernst Göhner y Leenaards. La Galería Catherine Putman de París realizó en paralelo una exposición de dibujos, y por supuesto la Maison de l’Amérique Latine abrió su espacio para la gran muestra, que incluyó obras monumentales, instalaciones efímeras, trabajos integrados a obras de arquitectura, piezas de taller y dibujos.
 
Estación de Cornavin, Ginebra. La monumental puerta realizada por Carmen Perrin
El equipo responsable de la edición, incluye a Lorette Cohen quien se hizo caro de una estupenda traducción de mi texto, Pablo Lavalley, Carol Lambelet, y fotografías de la obra de Carmen realizadas por 16 fotógrafos profesionales. Con la humildad tímida que la caracteriza, Carmen No aparece en ninguna foto, y el título del libro es transparente, solamente se lo puede ver colocando el libro en un ángulo específico para que la luz lo refleje.

No he comentado antes el libro, cuyos ejemplares recibí hace un par de meses, porque estaba pendiente de una visita de Carmen Perrin a Bolivia, con la idea de que ella desarrolle en nuestra ciudad obra nueva. Ahora tenemos confirmación de que llegará a fines de agosto en una visita exploratoria.

En una próxima oportunidad daré a conocer una parte del prólogo que escribí, “La memoria de cristal de Carmen Perrin”, pero hoy quiero comentar el libro, que es en sí una obra de arte.

Este es de esos libros que uno quiere primero acariciar. Entre dos tapas de cartón rígido, cortadas directamente, sin forro, hay 280 páginas tratadas cada una con el mayor cuidado.

Alberto Perrin Pando
Antes de mi introducción, el libro se abre con una fotografía aérea de la Isla del Sol en página doble, para subrayar el anclaje afectivo y familiar de Carmen Perrin con Bolivia y en particular con esa isla del Lago Titicaca. Y las fotos en blanco y negro que ilustran mi introducción están todas vinculadas a esa relación con la isla y los isleños, que se remonta a don Alberto Perrin, el padre de Carmen, pionero del cine boliviano, y se prolonga con ella en la intervención artística que realizó en 2010, documentada por Michel Favre en Tan cerca tan lejos (2011).

Apenas terminada esa primera sección del libro comienza la fiesta de los colores con una explosión de letras de fuego en las que la artista ha sintetizado algo de su actitud hacia el arte: “Al borde de mi misma me detengo y me inclino”.

Las obras que recoge el libro no están organizadas en orden cronológico, la verdad no he logrado discernir si el orden corresponde a las necesidades estéticas del catálogo o al itinerario de la muestra en la Casa de América latina en París, donde no pude estar.

En todo caso, me maravilla el testimonio visual que recoge el libro de la obra monumental permanente de Carmen, que ha modificado espacios públicos para darle una nueva vida. No es ella solamente la que los ha intervenido, sino la gente que los transita cada día, a veces sin saber que esas obras pertenecen a Carmen.

De hecho, me sucedió a mi con el muro poroso que instaló en 2006 frente al espacio deportivo de Pailleron, en París, donde yo había estado muchas veces con mis nietas sin ser consciente de que se trataba de una obra de Carmen Perrin.

Algo similar sucede cada día con los niños que juegan en la dunas de cemento en la Plaine de Plainpalais (2012), en Ginebra, con las gigantescas huellas de “Detrás de un lobo hay un lobo” (2009) en Affoltern, Zurich, con la prolongación de la playa al faro en el muelle de Paquis en Ginebra (2005), con el muro perimetral de ladrillo rojo en los jardines de Eole (2007) en París, y finalmente con las gigantescas puertas que diseñó para la estación de Cornavin (2013) en Ginebra, utilizando un material novedoso, el cemento Ductal, que otorga a la obra una textura brillante y aérea, y de gran resistencia y durabilidad.

El libro intercala en páginas amarillas fragmentos de una larga entrevista realizada por Lorette Cohen, donde Carmen habla de sus motivaciones, o donde Françoise Saerens comenta otra de sus obras públicas monumentales: la Plaza Azul en Grenay, Francia.


El resto es experiencia. Toda la experiencia de Carmen en intervenir desde un papel o un muro, hasta una plaza gigantesca. Cada obra es diferente porque es el espacio a intervenir el que determina las características de la intervención estética. Círculos, tramas, líneas, palabras y frases sueltas, búsquedas geométricas al infinito, donde la mirada se pierde en el minucioso detalle… Eso y mucho más caracteriza la obra de Carmen, vanguardista natural, es decir, sin proponérselo, lo cual la diferencia de tanto arte conceptual efímero que vemos en estas épocas.
_________________________________________________ 
El muro es un compromiso. Desde el momento en que pinta usted un muro
tiene que tomar en cuenta la arquitectura y eso ya es compromiso.
—Rufino Tamayo