29 enero 2017

Nuevamente Forqué

El sábado 14 de enero se entregaron en Sevilla los Premios José María Forqué. Una vez más me invitó Egeda (Entidad de Gestión de Derechos de los Productores Audiovisuales) a contribuir como jurado virtual en la categoría de mejor largometraje latinoamericano. Lo hago con gusto cada año porque ello me permite visionar películas que de otro modo no podría ver porque tienen una distribución comercial limitada o porque llegan tarde mal o nunca a Bolivia.

Las finalistas de 2016 eran todas interesantes, así como algunas que no llegaron a esa preselección cuyo mecanismo desconozco. Mi trabajo como jurado consistió en poner en orden de preferencia a las cinco, y así lo hice: 1. Sin muertos no hay carnaval, 2. El acompañante, 3. Neruda, 4. El ciudadano ilustre y 5. Aquí no ha pasado nada. 

La ganadora fue la que yo puse en cuarto lugar, pero ni modo así es como las clasifiqué, luego de visionar cada una un par de veces para estar seguro de mi preferencia. Todas son películas sobre una realidad latinoamericana violenta y difícil, y todas han sido realizadas con mucho aplomo formal. Son parte del cine latinoamericano actual que cuenta historias para la pantalla grande con la esperanza de ganar espacio en los mercados todavía ampliamente controlados por las distribuidoras de Estados Unidos.

Por esa voluntad de disputar espacios al cine comercial, no se puede esperar que estas películas rompan cánones, como lo hizo el llamado Nuevo Cine Latinoamericano de las décadas de 1950 a 1970. Todas las películas seleccionadas en los Premios Forqué son coproducciones con España, muy bien realizadas y producidas, con equipos técnicos de primer nivel, guiones y actuaciones muy sólidas. Seleccionar a la mejor no es un ejercicio fácil.

Filmación de Sin muertos no hay carnaval
Sin muertos no hay carnaval (Ecuador, 2016) de Sebastián Cordero es una prueba del salto cualitativo que ha dado el cine ecuatoriano en los últimos diez años, no solamente por la emergencia de nuevo talento, sino también por la política de Estado de promoción del cine nacional y un contexto favorable para las alianzas internacionales, las coproducciones y el intercambio de pericia técnica.

Esta historia de corrupción, poder y violencia está narrada de manera muy eficaz gracias a personajes creíbles, que tienen el espesor suficiente como para hacer verosímil el relato. La muerte accidental de un niño durante la cacería de venados en un bosque devela una compleja trama que vincula al presidente de un club de fútbol y su familia, las familias pobres que ocupan ilegalmente una tierra ambicionada por especuladores, un abogado corrupto y un par de historias de amor. Desde el primer disparo fortuito, todo parece resolverse a través de la violencia, aunque al final no se haya resuelto nada en verdad.

El acompañante de Pavel Giroud
Me gustó El acompañante (Cuba, 2015) de Pavel Giroud porque aborda temas que el cine cubano no solía tocar hace poco tiempo. El VIH-SIDA como problema social y no solamente clínico, permanecía escondido como sugiere este film que describe el ambiente carcelario y policial en el que son recluidos pacientes con VIH-SIDA para aislarlos de la sociedad. La represión y la corrupción institucional van de la mano en ambientes donde prima el verticalismo y el sistema de sanciones. Por ello es tan estimulante por su humanidad la relación de amistad que se desarrolla entre el enfermo No. 51, excelentemente interpretado por Armando Miguel, y el boxeador, Yotuel Romero (un nombre curioso: Yo-Tu-El) que sufre otro tipo de marginación en un sistema que no admite fracasos.

Puse en tercer lugar a Neruda (Chile 2016) de Pablo Larraín. Me impresionó la reconstrucción que hace no solamente de un periodo difícil en la vida del poeta bajo la dictadura de González Videla (1946-1952), sino sobre todo por la manera de describir críticamente al personaje de Neruda, de esos que “siempre caen parados”, pues desde muy joven tiene no solamente la protección del Partido Comunista que internacionaliza su fama, sino que en su propio país está rodeado de una aureola de privilegios que le permiten llevar una vida burguesa y disipada mientras escribe poemas de amor o sobre los pobres. El hecho de que el relato se haga desde la voz del investigador de la policía que lo persigue (Gael García Bernal) hace aún más enriquecedora esa perspectiva.

Larraín muestra las luces y sombras del poeta, aunque con el cuidado necesario para no irritar a sus seguidores más fieles. Entre otras muchas hay una frase clave de una humilde luchadora comunista cuando le pregunta a Neruda: “Quisiera saber si cuando llegue el comunismo vamos a ser todos burgueses como el senador o vamos a seguir todos como yo que he limpiado la mierda desde mis 12 años”.

Otros apuntes me parecieron incisivos, como aquel que explica la voz en falsete de las grabaciones que quedan de Neruda leyendo sus poemas. En una escena en que lee con su voz natural uno de sus poemas, Delia, su mujer, le aconseja: “No, no así, hazlo con tu voz de poeta”, y él empieza a recitar con esa voz impostada que ha pasado a la historia. Neruda no solamente construyó su poesía sino que se hizo a medida de sí mismo un personaje tan imponente como su producción literaria.

El ciudadano ilustre, de Gastón Duprat y Mariano Cohn
El ciudadano ilustre (Argentina, 2016) de Gastón Duprat y Mariano Cohn, empezó sin gustarme. Los primeros minutos muestran a un escritor que recibe el Premio Nobel de Literatura y en lugar de rechazarlo o abstenerse de asistir a la ceremonia, no tiene mejor idea que vilipendiar a quienes se lo otorgaron. Uno comienza a ver el film molesto por ese personaje pedante, arrogante, creído, acostumbrado a aceptar invitaciones y honores que luego, como si fuera un deporte, cancela a último momento.

Pero todo empieza a cambiar cuando acepta una única invitación: regresar al pueblo donde nació y al que no ha vuelto en más de 40 años. Ese regreso que dura por el resto de la historia hace interesante el largometraje, porque este personaje arrogante, que cree que en su pueblo nadie podrá molestarlo ni hacerle sombra, se ve de pronto envuelto en la política local y en relaciones sociales que se hacen complejas a medida que avanza su estadía, al extremo de que hacia el final se encuentra acosado por todos y a punto de ser linchado. La dosis de humor negro que ese desarrollo supone, es novedosa en un film que se anunciaba demasiado rígido.  

Aquí no ha pasado nada, de Alejandro Fernández
Aquí no ha pasado nada (Chile, 2016) de AFA (Alejandro Fernández Almendras) relata un episodio de jóvenes de la burguesía chilena, diletantes hijos de papá dedicados al consumo de alcohol y cocaína, que cometen actos de vandalismo seguros de su impunidad y se ven involucrados en un homicidio accidental. Uno de ellos, recién llegado al grupo, será presionado para asumir la responsabilidad del crimen cometido por otro.

Es una película muy chilena, donde la palabra “huevón” se utiliza cada tres palabras en los diálogos, y ese lenguaje local se hace bastante incomprensible. Probablemente su distribución internacional sufra por ese motivo, le faltarían subtítulos.

Otras películas que no llegaron a la selección final me parecieron tan interesantes (y algunas más) que las seleccionadas.  Es el caso de Las elegidas, también conocida como Las escogidas (México, 2015) de David Pablos sobre el secuestro y la prostitución forzada de jóvenes adolescentes en una ciudad fronteriza de México.
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La violencia engendra violencia, como se sabe;
pero también engendra ganancias para la industria de la violencia,
 que la vende como espectáculo y la convierte en objeto de consumo.
—Eduardo Galeano

(Artículo publicado en Página Siete el domingo 15 de enero 2017)